PDA (Pobre Diablo Acongojado)

Suelo llevar la cartera llena de papeles, y no se trata, precisamente, de billetes. El listado de los comics que intento conseguir mensualmente, los teléfonos más importantes a los que tendría necesidad de recurrir si se me agotase la batería del móvil, incluso las tallas de ropa y zapatos... Un buen día me dije: "¿Por qué no adaptarse a los nuevos tiempos y comprar una agenda electrónica?". Me lo pensé durante meses, y sólo pude llevarlo a cabo con las últimas migajas de la paga extra de Navidad. ¿Qué aparato adquirir? Puestos a realizar la temida inversión económica, mejor hacerlo, pensé, agenciándome un "invento" que fuese lo más completo posible, ésto es, uno dotado de teléfono móvil y también de GPS, artilugio que empezaba a resultarme necesario tras haber cambiado mi actividad laboral. Como no quería equivocarme en la elección, dediqué incontables horas a navegar por páginas y páginas de internet en las que compradores y usuarios de PDAs (así se llama el cachivache en cuestión, siglas en inglés de "Personal Digital Assistant”, “Asistente Digital personal”) daban su opinión acerca de cuáles eran las mejores o al menos les habían resultado más satisfactorias. Finalmente, la encontré. Allí estaba ella: la novísima TyTN II de HTC (filial de Q-Tek), apodada "Kaiser" por su evidente majestuosidad. Joder, era tan cojonuda que incluso se abría transversalmente, dando lugar a la aparición de un teclado tipo qwerty que, al pasar a horizontal su lujuriante pantalla táctil, permitía que el usuario se sintiese frente a un potente ordenador en miniatura. Un sábado de enero me llevé a la familia al centro comercial Nueva Condomina de Murcia y, antes de meternos en el cine, me acerqué a MediaMarkt, ese comercio que sólo admite a clientes que estén seguros de no ser tontos. Ansioso por hacerme, por fin, con ese dispositivo con el que ya casi soñaba despierto, me encaminé al pasillo de los teléfonos móviles y accesorios, y busqué y busqué y busqué y no hallé ni a la Kaiser ni a la Zarina. La amable y avispada vendedora me aconsejó que me llevase otro producto de la misma casa HTC, la 3300, que tenía, además de GPS, radio FM incorporada, y costaba más barata que la otra. Dudé brevemente y, sin estar convencido del todo, cedí ante su locuacidad. Salí de MediaMarkt con la HTC 3300, que permaneció en mi poder exactamente 5 horas, justo hasta que entré en la FNAC (ubicada también en el parque comercial Nueva Condomina) y me dí de narices con la preciosa TyTN II de mis cibernéticos amores. Tenía que haber entrado en esta tienda antes que en la otra, pero tal vez no fuese aún demasiado tarde. Volví a MediaMarkt, formulé alguna mentirijilla piadosa a la encargada de Atención al Cliente, y conseguí devolver la PDA con el compromiso de que el dinero me sería restituído a los pocos días. Por fin era libre para agenciarme la maravillosa Kaiser de pantalla abatible y teclado extraíble, y, durante un mes y medio, ese montón de circuitos, tornillos, plástico y silicio me colmó de satisfacciones. Ya podía conducir guiado por su GPS, ya podía prescindir de los listados en papel que engordaban mi cartera, e incluso muchos de los artículos que colgué en este blog los escribí desde mi adorada PDA, a la que enseguida colmé de accesorios. Pero la felicidad no sólo nunca es completa, sino que, la mayoría de las veces, es despiadadamente efímera. El último viernes del mes de febrero, mi terminal entró en fase terminal. Fue imprevisto y fulminante: se apagó solo, como por arte de magia, y ni la física ni la química lograron reanimarlo. Más que un enfermo sumido en un coma irreversible, era un joven y bello cadáver. El lunes siguiente, llamé a la FNAC y cuál no sería mi sorpresa cuando me dijeron que, a pesar de que el aparatejo tan sólo tenía un mes y medio, no podían (no les daba la gana, vaya) sustituírmelo por uno nuevo. Me pusieron en contacto con el fabricante, HTC España (que, a juzgar por el acento de la señorita que me atendió, debía ser más “HTC” que “España”), y la respuesta fue la misma: una vez transcurridos 30 días, ya no se reemplazaba el producto, sino que sería reparado por el Servicio de Asistencia Técnica oficial de la marca, que, por cierto, está en Málaga salerosa. Ya empezaba a estar seriamente indignado, cuando no frustrado y aun arrepentido (¿también las agendas electrónicas de otros fabricantes menos ponderados por los internautas, como Palm o HP, se rompían a los 45 días?), pero mi natural benevolencia me hizo pasar por el aro, y una agencia de transportes malagueña me recogió la PDA en mi domicilio, la llevó al taller especializado y, al cabo de 3 (tres) semanas, me la trajo nuevamente. He de admitir que, cuando la encendí aquella tarde, ya no estaba ni la mitad de ilusionado que cuando lo hice por primera vez. Pero es que acabé todavía mucho más irritado cuando, ya encendida, la muy cabrona se apagó solita, tras haberme hecho concebir la falsa esperanza de que, una vez sustituída su placa base (pues era ésta y no otra la avería que la había afectado), iba a volver a funcionar normalmente. Recurrí al taller y me dijeron que lamentaban mucho que, a pesar de haber sido reparada, siguiera sin funcionar, pero que se la mandase nuevamente sin problemas (sin problemas para ellos, claro está). Encaminé entonces mis quejas nuevamente hacia el fabricante, pero la mujer que atentaba, con cada sílaba mal pronunciada, contra la sacrosanta lengua española, se lavó las manos cual Pilatos y me recomendó que llevase el terminal al comercio donde lo compré, para que fueran ellos quienes la remitieran por segunda vez al servicio técnico. Más p’allá que p’acá, subí a bordo de mi vehículo y conduje en estado de shock hacia Nueva Condomina, y en la FNAC me atendió un simpático jovenzuelo que se reiteró en la imposibilidad de reemplazarme la maldita PDA por una nueva, toda vez que HTC tenía por norma reparar en garantía en lugar de sustituir, y, por si fuera poco, me recomendó, me sugirió y casi me suplicó que fuese yo mismo quien la re-remitiese a los infalibles técnicos malagueños, si no quería permanecer sin agenda electrónica tanto tiempo que, cuando algún día la volviese a recuperar, probablemente ni recordaría cómo encenderla. La bilis sabe amarga y picajosa, pero tuve que tragármela mientras introducía la maravillosa TyTN II de nuevo en su caja-ataúd, para que los mensajeros de neumáticos ligeros la depositasen en manos expertas, tan expertas que, por si acaso, esta misma mañana he abierto en la Oficina de Atención al Consumidor una reclamación contra el fabricante, contra el vendedor y contra el servicio técnico, y no he incluído a Rodolfo Chikilicuatre porque no me cabía en el formulario. No sé qué pasará finalmente con mi apoteósica agenda electrónica y si servirá de algo ejercer el irrenunciable derecho al pataleo, pero, en tanto en cuanto lo descubro, permitidme un consejo, de amigo a amigo: si podéis evitarlo, procurad no comprar ningún producto HTC y Q-Tek, salvo que seáis sadomasoquistas y disfrutéis siendo mareados, atropellados y vilmente puteados.

Comentarios

MARISA ha dicho que…
¡BUEN ARTICULO!!!

TENIAS QUE HABERMELA COMPRADO A MI.
JAJAJA

ES BROMA.

ME HE DIVERTIDO MUCHO LEYENDOTE

COMO SIEMPRE, MIL BESOS
Anónimo ha dicho que…
Será que te recuerdo más como a una querida amiga que como a una super empresaria. Gracias por estar ahí, y besitos para tí y tu hijo.

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