Laporta, tienes la porta abierta


El Barça, mi pobre Barça, es una burda caricatura del super-equipo que encandiló a todo el mundo hace apenas dos años. Eso todos lo estamos viendo desde hace no uno sino quince, veinte meses. Parece que el único que no se entera es el presidente, Joan Laporta. Tras los tiempos de oscurantismo y chabacanería que vivimos en el último período de José Luis Núñez y, sobre todo, durante el patético mandato de Joan Gaspart, el señor Laporta consiguió volver a ilusionar al barcelonismo con una campaña electoral en la que derrotó, entre otros, a Josep María Minguella (habitual contertulio de los programas deportivos de la Cadena SER) y a Lluis Bassat, que había sido su mentor. Por paradójico que pueda parecer ahora, una de las promesas electorales de este abogado con claras aspiraciones políticas fue la de traer a una estrella mediática al Nou Camp, aunque inicialmente no se trataba de Ronaldinho Gaúcho, sino de… ¡David Beckham!. Por suerte para todos, el que acabó viniendo fue el dentolas brasileño y no el hombre-anuncio británico, pero el mérito de ficharle no fue de Laporta sino de su entonces vicepresidente deportivo, Sandro Rosell. Claro que todo aquél con inquietudes propias y opiniones bien asentadas acaba chocando con la megalomanía y el nepotismo del actual mandamás azulgrana, a quien parece que le basta, futbolísticamente hablando, con el asesoramiento de su particular gurú Johan Cruyff. Así, Rosell y otros muchos consejeros y vocales de la Junta Directiva del Barça se vieron obligados a abandonar la entidad no sin cierta polémica, mientras que Laporta iba encaminando sus intereses hacia la política. Sabidas son sus simpatías hacia el ala más independentista de ERC, con Carod Rovira a la cabeza, y creo que, también, ha sido responsabilidad suya, de su cada vez más evidente anti-españolismo (parece sufrir ataques agudos de ansiedad ante la contemplación de la camiseta de la Selección o ante la audición del Himno nacional), el que se haya polarizado de modo irreversible la postura de la gente ante el club culé: o se le ama con locura por el lustre de sus figuras (Ronaldinho, Eto’o, Messi, Henry, Iniesta, Deco, Bojan…) o se le odia a muerte por institucionalizar tan abiertamente el separatismo. Claro que ahora lo más fácil es cogerle manía a este equipo renqueante e incapaz de reaccionar, en un momento en que se ha demostrado que la preparación física ha sido de lo más deficiente y las estrellonas del vestuario se han pasado por el forro el reglamento de disciplina interna de un vestuario que el entrenador Rijkaard no ha sabido controlar. La pañolada del domingo debería servir para que Laporta abriese los ojos a la realidad: la política y el deporte se mezclan tan mal como el agua y el aceite, y si Laporta prefiere pronunciar discursos a gestionar un club de fútbol, más valiera que cogiese la porta y se marchase lo antes posible, permitiendo así la llegada de un nuevo equipo con auténticas ambiciones de gestionar un proyecto deportivo que vuelva a hermanar la competición, el arte y la ilusión.

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