Cine: Mi comentario sobre "ALATRISTE"

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“¿Qué es ser español?”, le preguntaron recientemente a Viggo Mortensen, protagonista de “Alatriste”. “Ser español es saber perder”, contestó inmediatamente el actor.

El Capitán Alatriste, tal como lo ven Arturo Pérez-Reverte (creador literario del personaje) y Agustín Díaz-Yanes (director de la película) no es un héroe. Tampoco es un villano. Es, sencillamente, un hombre de su tiempo, un soldado sin fortuna que de capitán tiene tan sólo el apodo, un hombre de guerra que no sabe vivir en tiempos de paz. Por éso, en los tiempos muertos en que los Tercios españoles, a los que pertenece, no tienen campañas belicosas en las que participar, se ve obligado a vender o alquilar su espada al mejor postor. Aún así, tiene sus principios, sus dudas morales. No todas las personas deben ser asesinadas porque sí.

Tales escrúpulos morales condicionan gran parte de la existencia de Alatriste, según nos cuenta la película del mismo título. Estamos en pleno Siglo de Oro, cuando España era una primera potencia mundial (algo semejante a los Estados Unidos de la actualidad), y no tenía otro remedio que mantener su Imperio y su hegemonía en base a su poderío militar. Los Tercios españoles (a semejanza de los marines estadounidenses) estaban obligados a participar en constantes contiendas allá donde se producían altercados o levantamientos, y sus componentes estaban curtidos en mil batallas y sus cuerpos guardaban el recuerdo de mil cicatrices. Eran los tiempos de Felipe IV, monarca débil y mujeriego que prefirió, tal como solía ser costumbre en la época, ceder la mayoría de sus atribuciones en el casi omnipotente valido real, el Conde Duque de Olivares. Era la época en la que la Iglesia no se recataba de ostentar un desmedido poder político desde las sombras, concretado en la persona del terrible inquisidor Fray Emilio Bocanegra. Era la época en la que las letras y la pintura florecieron al amparo de la miseria y la violencia, y Quevedo y Góngora y Velázquez se hallaban en la cúspide de su talento.

El escritor cartagenero Arturo Pérez-Reverte creó con sorprendente habilidad y con un apabullante dominio del lenguaje coloquial empleado en nuestro Siglo de Oro toda una colección de novelas alrededor de la figura del espadachín Diego Alatriste y Tenorio. A la primera aventura del personaje se sucedieron otra y otra y otra, hasta un total de cinco libros publicados y dos más aún por editarse. Las ventas han sido tan buenas y las críticas tan unánimemente positivas que era cuestión de tiempo que se diera el salto al cine, tal y como ocurre en casi todas las partes del mundo. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede allende nuestras fronteras, los productores de “Alatriste”, la película, han adoptado una decisión que, a mi modesto entender, constituye el principal foco de problemas a la hora de evaluar el resultado final del film: refundir todos los libros, los ya escritos y los aún pendientes, en uno solo. De esta (cuestionable) decisión, se derivan dos tipos de limitaciones: una de ellas, presupuestaria, y la otra, literaria o argumental.

La Historia del Cine está repleta de “sagas”, es decir, conjuntos de películas que tienen en común un mismo elenco interpretativo, los mismos personajes o parecidas situaciones. El éxito de la primera de ellas genera una secuela, que normalmente se financia, al menos parcialmente, con los beneficios de la película anterior, y, a su vez, aspira a producir nuevos beneficios con los que se pondrá en marcha una nueva entrega de la serie, y así sucesivamente. Haber concentrado todas las aventuras de James Bond, de Harry Potter o de Superman (por poner tan sólo tres ejemplos de sagas que años y años en activo y aún continúan generando beneficios) en una sola película no sólo habría disparado los gastos de producción (no es lo mismo contar una historia que transcurre en dos o tres localizaciones, que hacerlo teniendo que contar con el triple o el cuádruple de escenarios), sino que habría impedido que sus respectivas productoras no sólo rentabilizaran sino multiplicaran la inversión inicial. Como consecuencia del citado déficit presupuestario, las escenas de batalla, aunque están mucho mejor resueltas que en la infame “Tirant Lo Blanc”, casi parecen partidos de baloncesto, ya que es notablemente evidente que… falta personal.

Pero aún más grave es la obligada concentración de los argumentos de siete libros en un solo film. Una de las impresiones que me causó “Alatriste” fue que me hallaba ante la visión de un resumen de los episodios de una serie de televisión. Fue como si, dividiendo los (más o menos) ciento cincuenta minutos que dura la película, le correspondiera a cada libro una duración aproximada de 35 minutos; así es como se van sucediendo las diferentes peripecias que acontecen a Alatriste y sus amigos y enemigos. Da la sensación de que no existe un argumento uniforme, sino tan sólo una colección de pequeñas (por lo breves) historias cuyo único nexo común es que en todas ellas aparece el hombre del bigotón y las botas descosidas, al que acompañan un conjunto de personajes ciertamente interesantísimos pero a los que no se les dedica el tiempo necesario, por lo que, lamentablemente, las estupendas interpretaciones de, por ejemplo, Javier Cámara (Conde Duque de Olivares), Juan Echanove (Francisco de Quevedo) y Eduardo Noriega (Conde de Guadalmedina) nunca llegan a brillar como hubieran brillado en caso de tratarse de un guión mejor construído. Por contra, ni Ariadna Gil ni, sobre todo, Blanca Portillo, me parecen las mejores elecciones para sus respectivos papeles, la primera porque su supuesta belleza parece que hay que sobreentenderla como el valor en los Tercios de Flandes, y la segunda porque, haciendo de hombre, su “Inquisidor Bocanegra” parece más ridículo que amenazador. Quienes también me gustaron bastante fueron Eduard Fernández, Antonio Dechent (¡qué pena que apenas tengan tiempo de esbozar lo que hubieran podido ser unas interesantísimas composiciones) y la pareja Unax Ugalde (Iñigo) / Elena Anaya (Angélica), a pesar de que son ellos quienes protagonizan uno de los momentos más indefendibles de toda la película, una escena de amor (¿?) absurda en la que la Anaya protagoniza un desnudo tan agradable de ver como argumentalmente innecesario.

En cuanto a Viggo Mortensen… chapeau. Sencillamente extraordinario. ¿Cómo podría haberse interpretado mejor el personaje de Alatriste? Mortensen le confiere una gallardía y una dignidad en los gestos que tan sólo sus ojos contrapuntean cuando es necesario. Fuerte y temido pero frágil, valiente pero desencantado, obediente pero capaz de cuestionar las órdenes cuando es necesario, sólo hace falta admirar su último encuentro con el Conde Duque de Olivares para calibrar el inmenso talento de Viggo Mortensen, que en su “Aragorn” de “El Señor de los Anillos” no tuvo ocasión de lucirse tan intensamente como lo hace ahora. Y sí, su voz no es precisamente baritonal y su dicción no es perfecta, pero ¿acaso es preciso que un espadachín del Siglo XVII hable con la voz de Constantino Romero?

A pesar de los reparos que he puesto a la construcción y estructura del guión, hay que decir que la dirección de Agustín Díaz Yanes (“Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”) es soberbia, con una planificación forjada en una sucesión de encuadres que rozan la perfección, unas ideas de puesta en escena que a veces llegan a deslumbrar y, sobre todo, una dirección de actores que casi siempre es sensacional. La fotografía (con esa escena inicial en las azuladas aguas de Flandes que te deja impactado desde el principio) es digna de ser nominada al Goya, cuando no al Oscar, y el diseño de producción es posiblemente el mejor que se ha visto en cualquier película española de estas características. Comentario aparte merece la banda sonora, compuesta por el jumillano Roque Baños, que ciertamente posee una gran calidad intrínseca y acompaña de maravilla a las imágenes… aunque, a poco que uno sea mínimamente conocedor de la música cinematográfica, de las “otras” músicas cinematográficas, sorprende comprobar que Baños ha “fusilado” sin piedad el trabajo de ilustres compositores como Basil Poledouris (las primeras notas de “Alatriste” no son sólo un plagio descaradísimo de “Conan el Bárbaro”… es que, joder, son exactamente las mismas notas), Hans Zimmer (nuevamente su celebérrima banda sonora para “Gladiator” recibe el ferviente “homenaje” de otro artista) e incluso el mismísimo Richard Wagner (el romance entre Iñigo y Angélica es hijo ilegítimo del de “Tristán e Isolda”).

No es la mejor película española de la Historia, y no sé si es la mejor película que podía haberse hecho a partir de los libros de Pérez Reverte, (que, como dije antes, se merecían adaptaciones individuales y por separado), pero “Alatriste” es una obra cinematográfica de primer orden, llena de belleza, de historia y de talento, que ilustra muy bien la época en la que se desarrolla y, como dijo Viggo Mortensen, explica a la perfección lo que implica (o implicaba) ser “español”. En la última escena del film (durante la cual se escucha una marcha de Semana Santa que no entiendo cómo pudo ser mantenida en el montaje final), cuando los últimos vestigios de los antaño invencibles Tercios de Flandes se ven abocados a la rendición o a la total aniquilación, la arrogante respuesta de Alatriste/Mortensen es toda una declaración de principios: “¿Rendirnos? Por favor, ¡somos un Tercio español!”. Una frase memorable para una película que simplemente creo que todos deberíamos ir a ver.


Luis Campoy
Calificación: 8,5 (sobre 10)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Es curioso la reacción que esta película está provocando. Yo aún no la he visto, pero saco en claro algunas cosas, después de leer y oír muchos comentarios, tanto en foros de internet como en revistas especializadas y directamente de conocidos y familiares míos.

Estas son las reacciones que me he encontrado tras ver Alatriste:

1) Exageradas alabanzas por parte de la crítica cinematográfica española. Nadie ha dicho nada malo de esta película. No puedo evitar pensar que de nuevo los amiguismos han tenido mucho que ver. Que Gasset diga que es una Obra Maestra es cuando menos inquietante.

2) Cinéfilos y cinéfagos que pueblan la red y escriben en foros de cine (como yo misma), que tenían muchas esperanzas en esta película y finalmente la han puesto a caldo. Críticas devastadoras y suspensos a tutiplén.

3) La gente de la calle, que diría una tal Belén Esteban. Quien va al cine una vez cada varias semanas, sin más interés que pasar el rato. No me han dicho que sea mala pero, curiosamente, no les ha gustado. El motivo: excesiva violencia (¿?).

Yo de momento creo que me fiaré más de la opinión de mis compañeros foreros. No obstante me alegro de que te haya gustado. Al menos me das alguna esperanza con esta película...

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