Semana Santa 2006: Balance final
Ecos de tambor ya casi amortiguados…. Claveles pisoteados como formando parte del asfalto… La última Virgen entrando en la Iglesia en la última hora oficial de la Semana Santa 2006… Ya todo son recuerdos, ya todo es historia.
Un año más, me quedé con las ganas de ir a Cartagena, y un año más espero que el año que viene podré hacer realidad mi sueño, pero es justo decir que el balance final de la Semana Santa de Alhama, como ya apunté hace unos días, no es en absoluto despreciable. Es cierto que sus procesiones carecen del orden y la disciplina que caracterizan a las cartageneras, como también de la espectacularidad bíblico-ecuestre de los desfiles de Lorca, pero viendo los cortejos alhameños del Viernes Santo (tanto en su mañana como en la noche) y, sobre todo, el del apoteósico Domingo de Resurrección, uno descubre (o redescubre) que la belleza y el fervor colectivo no sólo se encuentran en las localidades más renombradas a efectos turísticos.
Tal vez para el año que viene me decida a emprender un estudio en profundidad sobre el modo en que Alhama vive su Semana Santa (como así lo he hecho este año con Cartagena), pero, de momento, me apetece ahondar un poco en la entrega de sus cofrades (personificados en sus “pasos” principales: morados, colorados, azules, blancos y negros, citados en respetuoso orden procesional), la belleza de alguna de sus tallas y el creciente estilismo reflejado en sus adornos florales, que resplandecen de color y fragancia sobre todo en la mañana del Domingo de Resurrección. Sobre esta última procesión, que, como digo, es la más alegre, brillante y espectacular, el desprevenido visitante (y yo, que apenas vivo 5 años aquí, soy poco menos que éso) no deja de sorprenderse con los “bailes” a los que los enfervorizados costaleros someten a las imágenes que portan. No puedo dejar de referirme a la música que les acompaña, que ya no se limita a melodías autóctonas como el “Vals de Nuestra Señora de los Dolores” o casi tradicionales como el “Guapa, guapa, guapa” (que ya conocía de mi estancia en Lorca, también asociado a la imagen de la Virgen), sino que va un poquito más allá y salta a “La morena de mi copla” (el celebérrimo pasodoble sobre Julio Romero de Torres y su encarnación de la mujer morena), una versión inesperada del “Over the rainbow” que cantaba Judy Garland en “El Mago de Oz” (aunque mi hijo se empeñaba en reconocerlo como “la música del anuncio de Vodafone”), y, aunque suene un poco artificioso, un marchoso “Paquito el Chocolatero” dedicado al Cristo Resucitado. ¿Realmente se trata del acompañamiento idóneo para celebrar la resurrección? Sólo puedo deciros que la mayoría de los presentes lo disfrutó mientras lo acompañaba con sus palmas.
El ambiente único que se respiraba en Alhama aquel Domingo será el mejor epitafio para una Semana Santa que se extingue pero que, gracias a la fe y, sobre todo, al tesón de aquellos que trabajan duro durante todo un año para hacerla posible, resucitará con gloria renovada dentro de menos de 365 días.
Un año más, me quedé con las ganas de ir a Cartagena, y un año más espero que el año que viene podré hacer realidad mi sueño, pero es justo decir que el balance final de la Semana Santa de Alhama, como ya apunté hace unos días, no es en absoluto despreciable. Es cierto que sus procesiones carecen del orden y la disciplina que caracterizan a las cartageneras, como también de la espectacularidad bíblico-ecuestre de los desfiles de Lorca, pero viendo los cortejos alhameños del Viernes Santo (tanto en su mañana como en la noche) y, sobre todo, el del apoteósico Domingo de Resurrección, uno descubre (o redescubre) que la belleza y el fervor colectivo no sólo se encuentran en las localidades más renombradas a efectos turísticos.
Tal vez para el año que viene me decida a emprender un estudio en profundidad sobre el modo en que Alhama vive su Semana Santa (como así lo he hecho este año con Cartagena), pero, de momento, me apetece ahondar un poco en la entrega de sus cofrades (personificados en sus “pasos” principales: morados, colorados, azules, blancos y negros, citados en respetuoso orden procesional), la belleza de alguna de sus tallas y el creciente estilismo reflejado en sus adornos florales, que resplandecen de color y fragancia sobre todo en la mañana del Domingo de Resurrección. Sobre esta última procesión, que, como digo, es la más alegre, brillante y espectacular, el desprevenido visitante (y yo, que apenas vivo 5 años aquí, soy poco menos que éso) no deja de sorprenderse con los “bailes” a los que los enfervorizados costaleros someten a las imágenes que portan. No puedo dejar de referirme a la música que les acompaña, que ya no se limita a melodías autóctonas como el “Vals de Nuestra Señora de los Dolores” o casi tradicionales como el “Guapa, guapa, guapa” (que ya conocía de mi estancia en Lorca, también asociado a la imagen de la Virgen), sino que va un poquito más allá y salta a “La morena de mi copla” (el celebérrimo pasodoble sobre Julio Romero de Torres y su encarnación de la mujer morena), una versión inesperada del “Over the rainbow” que cantaba Judy Garland en “El Mago de Oz” (aunque mi hijo se empeñaba en reconocerlo como “la música del anuncio de Vodafone”), y, aunque suene un poco artificioso, un marchoso “Paquito el Chocolatero” dedicado al Cristo Resucitado. ¿Realmente se trata del acompañamiento idóneo para celebrar la resurrección? Sólo puedo deciros que la mayoría de los presentes lo disfrutó mientras lo acompañaba con sus palmas.
El ambiente único que se respiraba en Alhama aquel Domingo será el mejor epitafio para una Semana Santa que se extingue pero que, gracias a la fe y, sobre todo, al tesón de aquellos que trabajan duro durante todo un año para hacerla posible, resucitará con gloria renovada dentro de menos de 365 días.
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Sau2