¿No nos estamos pasando un poco?


Como sabéis, estoy muy vinculado a Lorca, donde, de hecho, he vivido durante 15 largos años. También sabéis que, cada vez que tengo oportunidad, trato de abogar por el respeto a las personas y los pueblos, por la igualdad….. y también, naturalmente, por la libertad de expresión, que, por si nadie se lo ha cuestionado, es un auténtico tesoro, un bien precioso que no está suficientemente reconocido en todas las partes del mundo. En fin, preámbulos aparte, supongo que alguna vez habréis oído hablar de la famosísima Semana Santa de Lorca, o más propiamente, de sus Desfiles Bíblico Pasionales, auténtico orgullo de la denominada “Ciudad del Sol”. En estos desfiles que llenan de color las calles lorquinas durante la fiesta grande del Cristianismo, todo tipo de personajes bíblicos (y algunos otros que de una u otra manera han sido relevantes, positiva o negativamente, para la supervivencia de la cristiandad), son representados de diversas maneras, ya sea mediante la aparición de un actor, jinete o auriga primorosamente caracterizado, o bien reflejado su semblante en mantos espectaculares cuyo bordado ha requerido horas y horas y horas de sufrido trabajo, hasta convertirse en una obra de arte digna de figurar en un museo, cosa que, de hecho, ha sucedido. En fin, el motivo del presente artículo se debe a una polémica de la que he tenido noticias por la prensa, y que, de algún modo, está relacionada con esas famosas caricaturas supuestamente anti-islámicas cuya difusión y consecuencias ha venido sacudiendo al mundo entero durante las últimas semanas: al parecer, el Imán (autoridad espiritual de quienes profesan el islamismo) de Granada se ha dirigido al Paso Blanco de Lorca para rogarle o exigirle (desconozco la cortesía esgrimida por este señor) que impida que continúe procesionando un caballista que, durante el Viernes Santo, porta un manto que representa al Profeta Mahoma. Mi estupor es mayúsculo ante este hecho. No se trata, como en el caso de las viñetas, de que alguien (el caricaturista danés), en el momento presente, esgrima un mal entendido derecho a expresarse, a pesar de que su fracción de libertad de expresión ofende a quienes profesan unas creencias que restringen el disfrute de esa misma libertad; no, en este caso (o yo así lo veo) se trata de que una tradición que se viene desarrollando durante decenas o cientos de años tiene, también, derecho a proseguir intacta, máxime cuando (según creo recordar), el manto en cuestión tan sólo exhibe el rostro del Profeta, acompañado de un texto que reza “Mahoma, Profeta de Alá”, o algo muy parecido. ¿Y si mañana los inmigrantes provenientes de la antigua Unión Soviética nos exigen que modifiquemos el nombre de esa salsa que mezcla la mayonesa, la patata y algunos otros ingredientes, simplemente porque les desagrada que se denomine “Ensaladilla rusa”?. ¿Y si los vecinos del país de aquí al lado nos piden que le cambiemos el nombre a la tortilla francesa, alegando que tiene connotaciones lésbicas que ofenden el nombre de su patria? Resumiendo: ¿quién tiene más derechos, los residentes y naturales de un país, que, por cierto, lo han levantado, construído y enriquecido a lo largo de los siglos… o aquellos recién llegados que creen ver ofensas allá donde quiera que miran? ¿Quién tiene que ser más tolerante y respetuoso… el anfitrión que vive desde siempre en su casa… o el huésped que acaba de llegar a ésta?

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