Hoy hace dos años


Hoy hace dos años, y era domingo. España, Europa entera, se hallaba conmocionada por los terribles atentados del jueves 11 de marzo. Casi doscientos muertos, decenas de heridos y una explosión de barbarie que, por su audacia y su repercusión, parecían difícilmente atribuíbles a los de siempre (ETA), aquéllos que llevaban tantos años intentando dinamitar una democracia española que, según ellos, aplastaba su identidad y su soberanía vascas. Algunas pistas e incluso algún comunicado reivindicativo desplazaron el punto de mira hacia el terrorismo islámico, aparentemente, el único capaz de actuar con tanto fanatismo y osadía, y algunos medios de comunicación (la Cadena SER) quizás se apresuraron demasiado a la hora de facilitar informaciones no del todo contrastadas que lograron crear una conciencia colectiva. Sí, podía haber razones para un ataque integrista contra nuestro país, en represalia por el apoyo prestado por el Gobierno de José María Aznar a la ocupación de Iraq por parte de Estados Unidos y sus aliados. En cualquier caso, las últimas encuestas anteriores al 11 de Marzo indicaban que el PSOE estaba acercándose vertiginosamente al PP en cuanto a intención de voto, y nunca jamás sabremos qué hubiera sucedido si las bombas no hubieran estallado y si muchos millones de españoles no hubieran ido a votar convencidos de que esas bombas podían haber sido una consecuencia directa de una política llevada a cabo por un partido al que, como justo castigo, había que descabalgar del poder.

¿Fueron los integristas islámicos? ¿Fue ETA? Sinceramente, yo no tengo las ideas claras, aunque parece que ciertos periódicos y radios de ideología derechista creen tener todas las respuestas. También es cierto que, como dice el refrán, “El peor ciego es el que no quiere ver”, y yo llevo meses negándome a ver lo que “El Mundo” y la Cadena COPE no dejan de insinuar. No quiero, no puedo admitir que un partido político esté dispuesto a sacrificar 193 vidas humanas pactando con una organización terrorista vasca tan sólo para alcanzar el poder; me niego a creerlo, me niego a aceptarlo, por muchas pruebas que los medios de comunicación anteriormente citados pretendan desplegar ante mis ojos que prefieren continuar cerrados.

Cuando Zapatero llegó a ser Presidente (por cierto, ¿era consciente él o su gabinete de prensa o su asesor de imagen de la supina estupidez inherente al slogan “ZP = Zapatero Presidente”?), independientemente de que toda aquella parafernalia estuvo lógicamente teñida de luto, sentí una cierta esperanza, una razonable confianza en que la prepotencia, la soberbia y la descortesía de algunos dirigentes “peperos” serían sustituídas por un renacimiento del diálogo, por una transparencia en el fondo y el cacareado cambio de talante en la forma que tanto propugnaban los socialistas. Durante algunos meses pareció que se cumplían mis expectativas, y llegué a pensar que José Luis Rodríguez Zapatero era una especie de proyección o encarnación de algunos de mis ideales (tolerancia y respeto), al tiempo que las medidas, algunas de ellas bastante discutidas desde el principio, iban ajustándose a lo prometido en su programa electoral. Primero fue la salida de las tropas españolas de Iraq, realizada incluso adelantándose a lo previsto, y enseguida un manojo de leyes de claro contenido social: una ley de igualdad (una de las primeras decisiones de Zapatero, más loable en la teoría que en la práctica, fue la de formar un gobierno paritario, con igualdad de hombres y mujeres), otra contra la violencia de género, la muy innovadora y muy polémica ley que permitía que los homosexuales pudieran contraer matrimonio e incluso adoptar niños, y, más recientemente, la famosa reglamentación anti-tabaco, que, en contra de lo que muchos pensábamos, se está cumpliendo bastante bien en muchos ambientes….. y rematadamente mal en otros.

Es muy opinable y discutible si todas estas medidas bienintencionadas han sido concebidas, redactadas y ejecutadas del modo que los votantes del PSOE esperaban, pero, obviamente, su ámbito de aplicación ha afectado a la totalidad de los ciudadanos, como también han afectado a toda la ciudadanía tanto algunas “pifias” sin mayor trascendencia que la puramente social o folklórica (la medalla que Bono se autoconcedió y luego declinó; el reportaje fotografáfico con todas las ministras luciendo palmito; la esposa de Zapatero practicando natación en unas instalaciones militares; los famosos mini pisos de cuarenta metros cuadrados; el bajón de audiencia registrado en la televisión y la radio públicas) como, sobre todo, las muy escandalosas concesiones a los independentistas. Los catalanes, que tienen atado de pies y manos al gobierno socialista, no pararán hasta llevar a buen puerto su Estatut, que roza peligrosamente la anticonstitucionalidad y, en cualquier caso, fomenta la desigualdad con el resto de comunidades autónomas; los vascos, por su parte, están aguardando una nueva oportunidad para sacar adelante el llamado Plan Ibarretxe y, entre tanto, contemplan como convidados de piedra el modo en que el Gobierno central está llevando a cabo evidentes maniobras de acercamiento destinadas a emprender una negociación con ETA que convierta a José Luis Rodríguez Zapatero en “el hombre que venció al terrorismo”.

La división ideológica que está rasgando España ha llegado a alcanzar momentos de auténtica preocupación, tanto por la acción de los periódicos y emisoras de radio que ya cité más arriba como por la crispación que el Partido Popular tan bien ha sabido desarrollar. Confundiendo los intereses de algunos con el de la totalidad de los españoles, el ala dura del PP (dirigida desde la sombra por Aznar y que continúa teniendo en Acebes, Zaplana y Aguirre a sus máximos exponentes) ha sabido aprovechar determinados valores (la familia, la religión católica, la seguridad) supuestamente amenazados para organizar multitudinarias manifestaciones que pretenden significar una desaprobación mayoritaria hacia la acción de gobierno del Partido Socialista, que, como, ya en épocas pretéritas, al aprobarse el divorcio o legitimarse el embarazo bajo determinados supuestos, con su reconocimiento de derechos a los homosexuales y los agnósticos se ha granjeado la enemistad de la Iglesia, las comunidades cristianas, las asociaciones de padres y los defensores de la moral a ultranza.

Personalmente, soy partidario de que de una vez por todas se equiparen los derechos de los hombres y las mujeres, los heterosexuales y los homosexuales, los cristianos y los moros, los creyentes y los no creyentes, y, al mismo tiempo, me siento beneficiado cuando entro a uno de los pocos bares y restaurantes que han llevado a cabo la prohibición del hecho de fumar… pero no soy demasiado optimista respecto a la resolución de los temas pendientes (el Estatut, la negociación con ETA, el Plan Ibarretxe), y ya no oculto que mi deseo sería que Zapatero convocara elecciones anticipadas, que volviera a ganar el PSOE… pero sin él ni su ejecutiva al frente. No comparto la postura (muy respetable) de quienes hoy votan a la izquiera y mañana a la derecha; por el contrario, pienso que nos debemos a una ideología y una forma de entender la vida, pero, cuando la vida y la misma ideología están tan deterioradas como en los aledaños del gobierno que actualmente dirige nuestro país, lo más oportuno sería cambiarlo todo de arriba abajo… para que todo vuelva a ser tan nuevo e ilusionante (al menos para mí) como cuando los socialistas ganaron las elecciones hoy hace dos años.

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