Oscars 2017: Música, estrellas y sobres

Esta madrugada he incumplido mi celebrada tradición de trasnochar para presenciar en directo la ceremonia de entrega de los Oscar;  una desavenencia familiar de última hora me ha borrado la necesidad cinéfila de no pegar ojo y pasar el día siguiente arrastrándome como un zombi.  Así pues, lo que voy a referiros ahora es lo que he investigado en todos aquellos medios de comunicación que se han hecho eco de un espectáculo televisivo que (esta vez sí) pasará a los anales de la Historia…..

Nuevamente desde el rejuvenecido Dolby Theatre de Los Angeles (antaño conocido como Kodak Theatre), la octogésimo novena edición de los premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematografícas de Norteamérica han tenido como maestro de ceremonias al presentador televisivo (y también actor) Jimmy Kimmell, de quien han brotado la mayoría de las pocas alusiones directas que ha habido hacia el ínclito presidente Trump.  Los demás participantes han sido mucho más comedidos, desechando el ataque verbal directo y apostando por un bucólico mensaje de integración y tolerancia.

Como todo el mundo sabe, “La La Land” (¿alguien sabe por qué en España se ha titulado “La Ciudad de las Estrellas”?) partía como clara y evidente favorita, basándose en sus 14 candidaturas y en los 7 Globos de Oro (récord absoluto) obtenidos el mes pasado.  Sinceramente, “La La Land” se me estaba haciendo un tanto antipática a causa del desmesurado fervor popular con el que se la estaba aupando a lo más alto de los altares.  Sin duda, se trata de una película admirable en cuanto a su puesta en escena, su colorido, sus coreografías y su apuesta por la redención del género musical.  Pero a mí, personalmente, me dejó un tanto frío:  fascinado visualmente pero no emocionado;  admirado por su demoledor arranque y su habilísimo final, pero un tanto defraudado por la poca relevancia de la mayoría de sus canciones.  Pensar que un film de estas características podría llegar a superar en número de estatuíllas a la magistral “Ben-Hur” de William Wyler era una idea que me tenía seriamente atribulado.

La noche comenzó según lo previsto, con el Oscar secundario a la gran Viola Davis por su papel en “Fences” (el cual ya le había valido un Tony teatral), y su equivalente masculino al ascendente Mahershala Ali por “Moonlight”;  categorías supuestamente menores pero de las que depende la estabilidad dramática de cualquier película.  Pronto, conocimos que aunque los Razzies se habían cebado con “Batman vs Superman”, la Academia premiaba a “Escuadrón Suicida) (Mejor Maquillaje);  que el premio a los Mejores Efectos Visuales no era para “Rogue One” sino para “El Libro de la Selva”) (todo queda en Casa Disney);  que era “Animales fantásticos y dónde encontrarlos” quien se imponía a “La La Land” en la terna (y los ternos) del Mejor Vestuario;  o que Hollywood estaba dispuesto a darle una nueva oportunidad al bocazas de Mel Gibson recompensando su sangrienta “Hasta el último hombre” (Sonido y Montaje).

En los apartados estéticos, no había duda:  “La La Land” no iba a tener rival.  Fotografía, Diseño de Producción, Banda Sonora (Justin Hurwitz) y Mejor Canción Original (“City Of Stars”, interpretada en el escenario por John Legend) así lo atestiguaban.  Eso sí, en el apartado literario las que ganaron fueron “Manchester frente al mar” (Guión Original) y la muy reivindicativa “Moonlight” (Guión Adaptado).  “Zootropolis” privó a “Kubo y las dos cuerdas mágicas del reconocimiento como Mejor Película de Animación, y la iraní “El viajante” se impuso a la favorita “Toni Erdmann” como Mejor Película de Habla No Inglesa”.


Poco a poco, la noche entraba en su recta final y sólo iban quedando por repartir los galardones más importantes.  El hermanísimo Casey Affleck se alzaba por encima del estrellado Ryan Gosling en la consecución del Oscar como Mejor Actor protagonista, en tanto que Emma Stone sí lograba evitar que Meryl Streep acaparase un enésimo galardón.  El joven Damien Chazelle (32 años) fue reconocido como Mejor Director, y sólo quedaba por comprobar si, como todo el mundo preveía, su película “La La Land” se coronaba como la mejor de la noche.  

Entonces, subieron al escenario Clyde Barrow y Bonnie Parker, esto es, Warren Beatty y Faye Dunaway, los protagonistas de la inolvidable cinta de Arthur Penn.  La “linda parejita” estaba destinada a poner en escena la mayor pifia de toda la cronología del Tío Oscar.  Según parece, una negligencia de los chicos de Pricewaterhouse, garantes de la integridad de los preciados sobres, entregaron a Beatty el mismo que, minutos atrás, había ensalzado a Emma Stone por “La La Land”.  Dubitativos, los antiguos forajidos se miraron el uno al otro y, al final, ni corto ni perezoso, el ex-semental le cedió el "honor" a la vieja gloria de "Chinatown", la cual le endilgó el séptimo galardón al musical de moda.  Sin embargo, ya en mitad de los discursos de agradecimiento de los productores de "La La Land", un representante de la denostada Academia salió al escenario y destapó el monumental error, con lo cual los responsables de “Moonlight” obtuvieron el premio gordo mientras proclamaban que, a veces, la realidad es más gratificante que los sueños.  Contra todo pronóstíco un final netamente hollywoodiense para una velada en la que todo fue tan políticamente correcto que al señor Trump apenas le pitaron los oídos.

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