El caso Piqué

Hay tipos como Gerard Piqué Bernabeu (Barcelona, 2 de febrero de 1987) que están condenados a no pasar inadvertidos.  Sus 1,92 metros de estatura, su aspecto de modelo de alta costura y su carácter abierto y jovial difícilmente podrían esconderse.  Además, su temperamento netamente catalán aderezado por sus casi cuatro años de residencia en Inglaterra le confieren una forma de ser absolutamente única;  Piqué es de esas personas que se aman apasionadamente o se odian a muerte.

Adicto a las emociones fuertes y consumado jugador de poker, nuestro hombre no es sólo un jugador que desde 2008 vuelve a vestir la zamarra del Fútbol Club Barcelona, es un culé acérrimo y cerrado, de ésos para quienes lo principal, aun antes que una victoria blaugrana, es la correspondiente derrota del acérrimo y eterno rival:  el Real Madrid.  Por si le faltaba algo, está casado con una de las mujeres más famosas y deseadas del firmamento musical, la colombiana Shakira Mebarak, y es tan poco discreto en sus opiniones políticas como en sus manifestaciones deportivas.

Creo que todo empezó a raíz del famoso 2-6 del Santiago Bernabeu (2 de mayo de 2009), momento en el que Piqué marcó uno de los goles y lo celebró apasionadamente, quizás demasiado apasionadamente teniendo en cuenta que se hallaba en el templo madridista.  Pero es que al año siguiente (29 de Noviembre de 2010), el Barça le endosaba a los merengues un dolorosísimo 5-0 en el Camp Nou, y un tipo tan poco comedido como Gerard no fue capaz de evitar un gesto de triunfo (la mano extendida con los cinco dedos enhiestos simulando los cinco goles materializados) que para muchos madridistas constituyó una afrenta que nunca le perdonarían.  Desde entonces, ha habido varias ocasiones más en las que algunas actuaciones del central azulgrana han podido molestar u ofender la sensibilidad de alguna gente (apariciones públicas en toda diada y manifestación independentista que se haya celebrado en Cataluña;  incidente con la Guardia urbana durante una salida nocturna), llegando todo ello a su culmen este mismo año 2015, en el que Piqué ha batido su propio récord de provocaciones:  tras los pitos al Himno de España en los prolegómenos de la final de Copa del Rey, dijo que aquello había sido simplemente “libertad de expresión”;  durante la celebración del triplete (Liga, Copa Rey y Champions), no se le ocurrió otra cosa que dedicar el triunfo al cantante también colombiano Kevin Roldán, quien reveló que había actuado en la fiesta de cumpleaños de Cristiano Ronaldo, atestada de jugadores madridistas que acababan de ser vapuleados por el Atlético de Madrid);  y hace unas semanas, mientras festejaba la Super Copa de Europa, instó a sus compañeros a dar la vuelta al campo, “para que se jodan los del madrid”.

No, Piqué no deja indiferente a nadie.  Pero pienso que sus provocaciones son tan elementales y primarias que, más que atribuirlas a un deseo premeditado de molestar o herir, hay que achacarlas a una cierta impulsividad y a una evidente inmadurez.  No debe ser fácil ser como él:  joven, atractivo, rico y famoso, y con un ejército de personas a su alrededor que no siempre le darán los mejores consejos.  Que le piten en los campos de juego no debería resultar sorprendente (al fin y al cabo, ¿no dice él mismo que los pitos son “libertad de expresión”?)... pero sólo cuando va vestido de azulgrana.  Lo que no es razonable ni justificable es que, cuando lleva la indumentaria de La Roja, la Selección nacional, reciba la animadversión del público.  En rueda de prensa celebrada hoy mismo, el jugador opina que se le silba sólo por motivos deportivos, por expresar en público lo que él considera un sentimiento elemental de amor por su club y que lleva aparejado un no menos elemental rechazo hacia el enemigo ancestral.  Yo creo que se equivoca, pues cada una de sus declaraciones independentistas ha sido interpretada como un escupitajo a la bandera de España, cuyo escudo va bordado en la zamarra roja que lleva vistiendo desde los catorce años, y para mí que la “antiespañolidad” es un pecado mucho más grave que el “antimadridismo”.


Así es como nos hallamos ante un futbolista peculiar que siempre es noticia por algo, pero que reivindica su derecho inalienable a seguir siendo simplemente él mismo, ni más ni menos que eso.  Reconoce que su actitud puede no haber sido siempre “elegante”, pero proclama a los cuatro vientos su carencia de maldad, su nula pretensión de hacer daño.  Yo le creo, si bien no apruebo ni justifico la conducta exhibida hasta este momento.  Los forofismos están muy bien entre forofos, pero la burla al rival es ofensiva y puede y debe evitarse.  Por otra parte, pienso que un deportista famoso seguido por millones de niños en todo el mundo debe tener un comportamiento intachable dentro del terreno de juego, pero aún más ejemplar y modélico fuera de él.  En cualquier caso, vuelvo a afirmar, y con ésto concluyo, que es comprensible que se pite a un jugador claramente polémico, pero sólo cuando defiende los colores de su equipo local, y jamás, jamás, cuando representa a una selección nacional en la que es un baluarte ciertamente indiscutible.

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