Condena de la violencia

Estaba cenando en casa de unos amigos cuando me enteré.  Al Consejero de Cultura de Murcia, Pedro Alberto Cruz, le habían abordado unos desconocidos que le habían propinado una paliza y, con un puño americano, le habían partido la cara.  A mí Cruz nunca me ha caído demasiado bien, pero no cabe duda de que se trata de uno de los políticos más conocidos de la Comunidad murciana.  Su peculiar forma de vestir, su peinado y esa orgullosa chulería tan suya, unidos a ciertas campañas publicitarias bastante estrambóticas y, últimamente, a determinados despilfarros mezclados con inesperados recortes, le habían ido colocando en primer término del foco público.  Pero que le partan la cara a alguien, por muy insoportable que sea el individuo en cuestión y por mucho que en el fondo creamos que se lo merece, debería ser algo que tan sólo sucediese en un ring y, por supuesto, en igualdad de condiciones.  Los tres jóvenes que atacaron a Cruz lo hicieron al grito de "Sobrinísimo, hijo de puta", y es evidente que el pobre no pudo defenderse.  Pero tampoco tendría por qué haber tenido que hacerlo.  Yo no sé en qué clase de sociedad pretenden algunos descerebrados obligarnos a vivir, pero ésto, en el fondo, me suena a lo que llevo viviendo en mi propia casa desde hace años.  Cuando era muy pequeña, mi hija me venía llorando porque su hermano le había pegado.  Cuando le preguntaba al chavalín, éste me contestaba que su hermana le había llamado "Tonto".  Y yo le decía:  "Hijo, la respuesta debe ser proporcionada al daño recibido.  Si te llama 'Tonto', tú la llamas 'Tonta', pero no le pegues si ella no te ha pegado primero, y, aun en ese caso, antes de hacerlo, dímelo primero a mí".  Naturalmente, ni el uno ni la otra se enteraban absolutamente de nada ni me hacían el menor caso, pero mi forma de pensar ya era entonces la misma de ahora:  la violencia no soluciona nada, sólo las palabras pueden y deben resolver los problemas.  Lo del sábado no es, en realidad, un hecho aislado, sino tan sólo la punta del iceberg de un océano de crispación que lleva semanas bullendo cada vez con más brío.  Estamos en una era de crisis y son muchos los afectados virulentamente por ésta, demasiados quienes han perdido su empleo y cuyas familias bordean la indigencia.  Para paliar la catástrofe, el Ejecutivo autonómico que preside Ramón Luis Valcárcel, al igual que muchos otros entes gubernamentales de aquí y de allá, anunciaron una serie de recortes que soliviantaron aún más a la gente, y paulatinamente han ido creciendo no sólo el descontento sino también el odio y la necesidad de tomar represalias.  La pobreza y el hambre son malas consejeras, y bajo su influencia calan más hondo los mensajes virulentos de algunos líderes de pacotilla que no son dignos del poder moral que ostentan.  Por muy mal que nos caiga Pedro Alberto Cruz (o, qué demonios, Cristiano Ronaldo o su factótum José Mourinho), lanzarnos a una pendiente de salvajismo sólo nos convertirá en animales salvajes.  Pretender que, por inflar a hostias a Cruz, a Ronaldo o a Mourinho, vamos a solucionar nuestros problemas o a mitigar nuestro sufrimiento, es un error tan garrafal que, en cuanto nos diéramos cuenta, nos hallaríamos inmersos en problemas mucho más graves, con lo que nuestro sufrimiento sería muchísimo mayor.  Yo condeno expresamente la violencia, cualquier forma de violencia, y estoy convencido de que ni siquiera merece la pena practicarla como simple y elemental desahogo, porque luego vienen las consecuencias y los remordimientos (a no ser que, realmente, uno sea poco más que un animal).  Pedro Alberto Cruz no me cae bien, pero espero que se recupere pronto y que este incidente le sirva para mejorar, para tratar de gobernar de frente y no dando la espalda a tantos ciudadanos, ni siquiera a los que se han alegrado con su bárbara agresión.

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