¿Provocación o mal perder?

Me perdonaréis que, aun en esta época de interminable y acongojante crisis económica, cuando el Sáhara sufre las consecuencias de la pésima política marroquí y también española, y cuando los inefables muchachos de Wikileaks han dejado a la altura del betún a la diplomacia estadounidense, me permita volver a hablar de fútbol.  El llamado "clásico" del pasado lunes todavía continúa vivo en la memoria de unos y de otros, éso sí, con muy distintas interpretaciones para cada bando.  Mientras que los culés (entre los que me incluyo) viven todavía poco menos que en una nube tras no sólo haber ganado tres puntos y ascendido al liderato, sino, sobre todo y por encima de todo, haber propinado a los merengones el correctivo que se merecían por sus fanfarronadas y bravuconadas, los madridistas, como era previsible, no han digerido nada bien la derrota y todavía están intentando empañar la justísima y merecidísima victoria blaugrana.  Como no pueden negar el fastuoso juego desarrollado por los pupilos de Pep Guardiola, casi más propio de dioses que de simples mortales y que pudo ser disfrutado por millones y millones de espectadores a lo largo y ancho de todo el planeta, llevan toda la semana creando absurdas cortinas de humo a través de las que los azulgranas son vistos como poco menos que los malos de la película.  El principal blanco de todas las críticas ha sido el central Gerard Piqué, porque blandió la palma de su mano abierta indicando que habían logrado encasquetarle cinco golitos al máximo rival, lo que en este deporte se conoce como "una manita".  Dicen que lo de Piqué fue una provocación y una falta de respeto, pero yo, cuanto más lo oigo, más me indigno.  Piqué es un chaval joven, impulsivo y quizás no demasiado maduro, aunque, obviamente no es más inmaduro pero sí bastante menos violento que, por ejemplo, Sergio Ramos.  Celebrar ante su propio público y en su propio estadio que se ha vencido por 5-0 al "Once de la alegría" (como denominó el "Marca" a la alineación madridista habitual), el equipo que representa a esa horda de bobalicones que cada año acuñan nuevas formas de faltarle al respeto al Barcelona (el canguelo, el cagómetro, el villarato...) a mí me parece algo perfectamente lógico, normal y natural.  Mostrar una mano abierta donde lucen cinco deditos que representan cinco respuestas, deportivas y legítimas, a las cinco mil fantochadas de los merengues y sus acólitos, es tan oportuno que yo mismo, y estoy seguro de que muchísimos otros culés también, hemos sustituído nuestra imagen en las redes sociales por la de la manita "piquesiana".  También se quejan, los mismos medios, de la “caza y captura” a la que, según ellos, está siendo sometido Cristiano Ronaldo.  Cristiano es un grandísimo jugador, veloz, certero, hábil y potente, pero todo lo que tiene de buen futbolista lo tiene también de chulo, de arrogante, de creído, de narcisista, de fanfarrón.  Un personaje así no se gana el cariño del público.  Ni del ajeno ni del propio.  Como mucho, se le admira, pero lo más fácil es despreciarle, cuando no directamente odiarle.  ¿Y qué pretenden los del "Marca", que a un elemento así se le lleve en palmitas o se le acaricie con guantes de algodón?  Por supuesto que no promuevo ni justifico la violencia contra él, sólo digo que "el que siembra vientos, recoge tempestades" y que no se puede pretender que a un provocador nato, que se pasa la vida chuleándose ante los rivales, se le mire y se le trate con una vehemencia especial.  Ahí está Messi, igual de bueno o incluso bastante mejor, pero que cae bien a todo el mundo porque se le ve una persona humilde, un chico sencillo y accesible.  Esto no me impide volver a criticar a Leo por su teatralidad ante un leve codazo de Carvalho, como tampoco puedo eximir de culpa al mismísimo Guardiola, que no debió en ningún caso tocarle las narices a Cristiano en aquel lance del saque de banda.  Claro que quitarle un balón a una persona y ser empujado por ésta, son magnitudes tan distintas que no pueden medirse igual.  Que no, que no hizo bien Pep en arrojar el balón lejos del portugués, pero éso no justifica que éste tuviera que golpear al técnico culé.  Y, hablando de golpear, el festival psicopático de Sergio Ramos tan sólo se ha visto "recompensado" con un partido de sanción, y ello porque el árbitro no anotó en el acta sus agresiones a Puyol y Xavi, "compañeros y amigos de selección" tal y como reconoce el defensa de Camas.  Ramos es otro de esos personajes que, con su actitud desafiante, hacen que, en estos últimos meses, el madridismo esté perdiendo adeptos, o, al menos, que aquéllos que se decían del Madrid sólo por hacerle la contra al catalanismo impenitente de Joan Laporta, estén volviendo al redil.  Yo, sinceramente, pensaba que éso de ser madridista era otra cosa, algo mucho más respetable y honorable, una suerte de virtudes entre las que destacaban el saber ganar y, sobre todo, el saber perder.

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