Adiós a la Fiesta Nacional

Hoy, el Parlamento catalán ha prohibido la celebración de corridas de toros en toda Cataluña. La medida no ha cogido por sorpresa a nadie, porque ya era conocida la oposición frontal de determinados colectivos a la llamada "Fiesta Nacional". Yo, desde que tengo uso de razón, he oído y leído opiniones a favor y en contra de la tauromaquia, si bien hasta ahora a nadie se le había ocurrido prohibir estos festejos. Digamos que se dejaba al libre albedrío de cada cual el acudir o no a presenciar cómo un hombre y un toro se enfrentaban a vida o muerte sobre la arena. Pero, claro, no todo el mundo lo vé así. Muchas voces se han alzado contra el "arte de Cúchares" por considerar que se trata de un acto obsceno que exige al espectador el regocijo inmoral ante el sufrimiento de un animal. Yo, que soy contrario a la barbarie, a la brutalidad y a la violencia, tengo que admitir que no puedo comparar una corrida de toros con una lapidación o una ejecución. Llamadme inconsciente, llamadme romántico, pero, sin ser ni mucho menos visitante asiduo de ningún coso ni próximo ni lejano (creo que sólo habré acudido a un par de corridas en toda mi vida), sí me resulta más fácil ver más arte que crueldad, más espectáculo que martirio. Hay montones de festejos que sí se recrean morbosamente en el dolor de la criatura, que no aportan al público otra cosa que náusea e inhumanidad, pero ¿qué queréis que os diga?, la liturgia del sol y la arena, de la música y del capote, del hombre embutido en un ajustadísimo traje de luces enfrentado a una bestia gigantesca pero honorable, son conceptos con los que me he criado, como tantos de vosotros, y supongo que he elegido creer que es cierto éso de que el toro bravo, el toro de lidia, es concebido y criado con el único propósito de enfrentarse en buena lid a un humano armado con una espada. Claro que, como dije antes, yo no voy a los toros y ni siquiera los veo por televisión, porque, en el fondo del fondo, me sabe mal ver cómo las excusas estéticas y culturales significan el dolor insoportable para un ser vivo. Pienso que ahí radica el quid de la cuestión. A mí me parece brutal ver cómo el torero y el picador se ceban con el pobre morlaco (tan brutal como me parecería si sucediera a la inversa), pero, por lo que sea, me limito a mirar hacia otra parte y no se me ocurre impedir que quienes no piensan como yo sí tengan derecho a participar de ello. Es decir, una vez asumido que la Tauromaquia es más arte que brutalidad , yo me limito a aceptar que, me guste más o me guste menos, forma parte de la Historia y de la Cultura de mi país y que es una amplia mayoría de personas quienes apoyan su existencia. He dicho "País" y, obviamente, en esta palabra y en este concepto radica la razón de ser de lo que ha sucedido hoy. Porque los Toros no se han prohibido en España, sino precisa y exclusivamente en Cataluña, la Cataluña de Laporta y Carod Rovira, el reducto del separatismo, el baluarte de la antiespañolidad. No deja de ser un desprecio de carácter folklórico: ¿puede haber una forma más directa y trascendente de romper con un país que prohibir la que internacionalmente es su más conocida seña de identidad?. Que sí, que no dudo que los defensores de los derechos de los animales están hoy de enhorabuena, pero si esta medida ha llegado tan lejos en Cataluña y no en Madrid o en Murcia no es casualidad. En Madrid o en Murcia (por poner sólo un par de ejemplos) consideran, igual que yo, que los Toros son parte de la Historia y la Cultura ancestrales de España (a la que por algo llamamos “la piel de toro”), y es por éso por lo que los catalanes, deseosos de romper lazos con sus vecinos peninsulares, han elegido precisamente ésa y no otra forma de reivindicarse. Yo lamento la prohibición, como lamentaría la de cualquier otra cosa que no significase un riesgo para la salud o una vulneración de la justicia, y me pregunto cuál será el siguiente paso que los independentistas darán y en qué pretenderán ampararse para romper con todo lo español. Incluso al cine no doblado al catalán ya le intentan meter mano; ¿qué será lo próximo…?

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