A RITMO DE MARCHA

Una rapsodia cartagenera





Cuando pienso en la multiplicidad de ecos, melodías y silencios que componen la "banda sonora" de la Semana Santa de Cartagena, siempre me viene a la memoria un viejo dicho que alguien me refirió, que venía a decir más o menas como sigue: "Haced redoblar un tambor ante la puerta de Santa María, y las procesiones cartageneras saldrán solas''. Esta afirmación, aun harto exagerada, da buena idea de la considerable importancia que la MÚSICA cobra cada año, durante más o menos siete días, a lo largo y ancho de las calles de la Ciudad Departamental. En este mismo sentido, es bien conocida la anécdota de aquel capitán cartagenero, comandante de un acuartelamiento en Galicia, quien sólo concedía permisos por Semana Santa a aquéllos soldados que, paisanos suyos, supieran tararearle ésta o aquélla marcha de granaderos. Marchas de granaderos, que por otra parte, tienen su pequeña historia, y ésta arranca, según nos refieren los entendidos, nada menos que en... Italia.



Pues italiano, napolitano más concretamente, era el Signore Nicola Pórpora, de quien se asegura que, en una de sus operetas, sembró la simiente de lo que, muchos kilómetros más allá, seria marca de fábrica de algo tan genuino, tan distintivo y tan irrenunciable como son los granaderos; cómo acabaron convirtiéndose aquellas arias napolitanas en marchas de procesión es algo que escapa al conocimiento de este cronista, como asímismo desconozco en qué momento el pueblo llano pasó a aplicar aquel latiguillo "interregional" (lo he oído recitar en puntos tan dispares como Murcia o Lorca, aunque, claro está, sin música) de "Micaela fue a los toros / Se cayó de la barrera / Y su madre le decía / ¡Pobrecita Micaela!” a una de las más populares tonadillas de los antaño zapadores, pero lo cierto es que el invento acabó siendo bautizado sencillamente como "Micaela", emparentando su texto aún más el pasodoble taurino con la marcha militar (hermana mayor, como saben, de la marcha de procesión), especialidades ambas de obvias similitudes en cuanto a temática e instrumentación. Y para finalizar este apartado, y ya que de temas militares tratamos, señalar una vez más las "extrañas" connotaciones entre el anónimo pasacalles "La Llamada" y el movimiento más conocido de la fantasía "El Sitio de Zaragoza" de Cristóbal Oudrid, tan parecidos que en algunos pasajes nos resultará casi imposible distinguir el uno del otro.



Es rico el anecdotario de tan Semana Santa, y uno de los episodios más ampliamente divulgados (lo recogió, entre otros autores, el llorado Alfredo Sarcia Segura en su "Antología Musical de la Semana Santa Cartagenera") se refiere, naturalmente, a la asociación del pasodoble taurino "Gallito" (¿se acuerdan de lo que acabamos de mentar en relación a las concomitancias entre marchas y pasodobles?) con la precipitada recogida del tercio y trono de San Pedro (el único apóstol, por cierto, con dos marchas dedicadas a su memoria, la de Alberto Escámez López y la de Emilio Lázaro González) tras la gran procesión california de Miércoles Santo, desde que, muchísimas años ha, el grito "¡El gallo, el gallo!" proferido por uno de los capataces al percatarse de que la reproducción del faisánido que servía de ornamento al trono oscilaba en demasía, hiciera creer al director de la banda que de lo que se trataba era de una petición de acompañamiento musical, por lo que, ni corto ni perezoso, ordenó a los profesores que atacaran el popular pasodoble, generando (probablemente, sin imaginárselo) una tradición hoy día profundamente arraigada y de muy difícil extinción.



De entre la amplia gama de marchas de procesión propiamente dichas, hay a mi entender cuatro que podrían alzarse entre las demás como las obras más significativas e inspiradas, sin por ello desmerecer las otras decenas, bellísimas, que durante la carrera las preludian o suceden, y son: "San Juan", "Nuestro Padre Jesús", "Jesús Preso”y "Mektub". En cuanto a la primera, se me antoja un tanto innecesario descubrir aquí y ahora su dramática solemnidad, la brillantez vibrante de su estribillo, que el maestro Juan Victoria compuso para acompañar el majestuoso cimbrear de la imagen del discípulo amado, a hombros por las vetustas arterias de Cartagena; pocas como ella nos transmiten tan vivamente esa sensación mezcla de dolor, valor y esperanza que tan bien simboliza el espíritu de la Pasión. "Nuestro Padre Jesús", del gran Emilio Cebrián Ruiz, es comúnmente asociada con el Jesús de los Marrajos y constituye tal vez el más pegadizo de los soniquetes que inundan la Semana Santa, así como una pieza bellamente instrumentada y preñada de creatividad. Por lo que se refiere a "Jesús Preso", obra también del citado y prolífico E. Cebrián, destaca por su sabia dosificación de melodías hebreo-judaicas pasadas finamente por el tamiz de la "latinización”, alcanzando su clímax en un punteo de siete notas fáciles pero sumamente sugerentes. Y, cerrando mi cuarteto de oro, la simpar "Mektub" que escribiera don Mariano San Miguel Urcelay, obra desgarrada y desgarradora, patética y lúgubre en sus compases iniciales, al tiempo que hermosa y casi optimista en el segundo de sus estribillos; tal vez de aquí provenga la grandeza de la mayoría de estas marchas: el saber expresar con negras, blancas y corcheas la evolución de los sentimientos encontrados que confluyen en nuestro ánimo durante estos mágicos días de primavera. Otras marchas procesionales tal vez menos conocidas pero no por ello carentes de esa dramática grandeza que a todas caracteriza podrían ser piezas clásicas corno la "Virgen del Tura" del maestro M. Casanovas, ejemplo único de la resignada y esperanzada calma que sucede a la tormenta del dolor, o el "Cristo de la Sangre" del doblemente citado Emilio Cebrián, vigorosa y vibrante como la propia mañana del Domingo de Resurrección, cuando es más frecuentemente interpretada, y asimismo nuevas composiciones del estilo de "Plegaria", que el entrañable maestro José Torres Escribano, personaje insustituible e indispensable de esta Semana Santa durante largas décadas, y no sólo en la vertiente puramente musical, dedicara a la Virgen marraja de la Piedad; o "Descendimiento", valiosa aportación del insigne músico cartagenero Gregorio García Segura (hermano, a la sazón, del ya mencionado Alfredo), cuya actividad y prestigio trascendió los límites de la Comunidad de Murcia.



Y si hablábamos en un principio de las marchas de granaderos, no son menos dignas de mención las tonadillas que suelen ilustrar las vistosas evoluciones de las escuadras de soldados romanos, conocidos popularmente como "Judíos", y cuya presencia ya se nos antoja indispensable en las desfiles de las tres principales Cofradías de Cartagena; tonadillas éstas y las de granaderos nacidas muy probablemente de un mismo tranco común, excepción hecha de esa pieza parca de instrumentación y rebosante de sentimiento y tradición que es el ''Perico Pelao", melodía pegadiza donde las haya que, tratando de ser una burla hacia la persona y circunstancias del Nazareno, se convierte en ocasión única de lucimiento para el músico que la interpreta (preferiblemente al pífano, aunque la necesidad ha obligado a recurrir con demasiada frecuencia al menos 1lamativo flautín).



Provenientes de otros contextos, existen también otras piezas procesionales que con el tiempo (y una hábil adaptación) han quedado indisolublemente ligadas a nuestra Semana Santa. Voy a referirme, en primer lugar, a lo que es ya un clásico en la mañana del Domingo de Resurrección, la marcha lenta conocida como "Triunfal", y que es en realidad una versión de la canción eucarística "Cantemos al amor de los amores", subrayando su alegre e impactante orquestación la propia significación de su título. Del mismo género, lo que podríamos bautizar como "Escuela Litúrgica", seria esa otra composición también escrita para ser interpretada en el interior de una Iglesia, y que José Lillo rescató para su transformación en una marcha ya ampliamente difundida, la que hoy conocemos como "Pescador de Hombres", asociada ya al devenir de los tercios infantiles en la luminosa mañana de la victoria de Cristo sobre la Muerte.



Y, ya que hablamos de versiones, no estaría de más recordar esos apañados pastiches que de vez en cuando hemos tenido ocasión de escuchar a lo largo y ancho de algún desfile y que suelen ser capaces tanto de solemnizar el fragmento más conocido de la ópera-rock "Jesucristo Superstar" como de chabacanizar la inmortal Novena Sinfonía de Beethoven (Himno a la Alegría.) o el celebérrimo Coro de Esclavos "Va Pensiero" del "Nabucco" de Giuseppe Verdi; afortunadamente, las bandas de música suelen cuidar amorosamente su repertorio y recurrir a las propias fuentes con casi total exclusividad.



No queda sino hacer referencia a la vertiente “vocal" de la música de procesión, la cual podríamos resumir en el doble frente que conforman las saetas y las salves. En el primero de los casos, decir sólo que es triste ver languidecer las sucesivas estirpes de "saeteros", en parte por la propia dificultad que este tipo de cante entraña, y en parte por el nulo respaldo de un público que sólo sabe ver en las ya infrecuentes saetas la causa de la demora y alargamiento del desfile. Por 1o que respecta a la Salve, nadie que haya presenciado alguna se extrañará si yo afirmo ahora que es muy probablemente el momento cumbre de cada uno de los días que componen la Semana Santa, con esa explosión unánime de Fe y sentimiento ante la que incluso el no creyente no puede evitar estremecerse durante la entrada apoteósica de las Vírgenes en la basílica de Santa María; el soporte musical, sin que ello sirva de precedente para el normal desarrollo de este artículo, constituye una mera excusa para la reivindicación de un pueblo en sí mismo, una muestra de incalculable valor de cómo una ciudad que canta unida se mantiene unida. Y es que la grandeza de la música no radica tanto en la brillante orquestación o en el academicismo de la polifonía de una coral, como en la unidad espiritual que aporta a quienes participan de ella, bien como ejecutores materiales a bien como meros degustadores. Cartagena, durante su incomparable Semana Santa, se convierte en un inmenso Conservatorio por el que desfilan las más bellas imágenes al compás de las melodías más inspiradas, mientras una audiencia entregada se apiña para verlas y oirías pasar; muchas vueltas tendrá que dar el loco mundo en el que vivimos para que ésto deje de ser así. Hasta entonces, ¡música, Maestros!.





Luis Campoy

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