RAYANdo en la exageración


No quisiera yo parecer racista ni xenófobo, nada más lejos de mi intención y de mi forma de ser, pero ¿no resulta excesiva la cobertura mediática que se le está dando al fallecimiento del pequeño y desdichado Rayan? Rayan es (era), como todo el mundo sabe, el hijo de Dalilah, la primera víctima mortal de la Gripe A (ex Gripe Porcina) en nuestro país, quien se hallaba embarazada y fue objeto de un parto inducido para intentar que al menos su bebé sobreviviera. O sea, de veras que me parece terrible que el infortunio se haya cebado de este modo en esta familia marroquí, pero ¿acaso no tenemos, todos, infortunios diarios, desgracias en cadena, pequeñas y grandes tragedias a las que no se les depara la más mínima trascendencia? Mirémoslo así: Rayan era hijo de inmigrantes, marroquíes en este caso, que, como tantos otros miles, se benefició o pudo beneficiarse del sistema sanitario español, bastante más avanzado y generoso que los que se hallan establecidos en la mayoría de países africanos y latinoamericanos. Si su madre, Dalilah, no hubiese contraído la nueva gripe, quizás ni siquiera habría nacido (todavía), pero estaría a punto de nacer y desde el principio disfrutaría de unas condiciones mucho más ventajosas que las que imperan en la tierra de sus padres. Pero sí, Dalilah, ya embarazada, contrajo esa nueva pandemia y se convirtió en importante para la prensa, en relevante para la estadística. Porque ¿quién era Dalilah? ¿Qué pensaba y qué sentía esa mujer? Creo que nadie, a excepción de su familia y amigos, tiene la más mínima idea. Dalilah es un dato, una anécdota, como cualquier otro de nosotros que sólo podemos escapar de nuestro anonimato merced a una concatenación de circunstancias. Las de ella fueron, ciertamente, penosas, pero, no olvidemos que, tratándose de una persona humilde, muy probablemente hubieran sido mucho peores si, en lugar de en Madrid, hubiese estado en Rabat o Casablanca. O quizás no; ¿quién sabe? Mohamed, su marido, a duras penas pudo maquillar el dolor de su pérdida enganchándose a la ilusión de su hijo recién nacido, y, ahora, un deplorable error médico le ha privado incluso de eso. Lo lamento. Todos lo lamentamos. Pero ¿es necesaria toda la parafernalia que se ha montado en torno a este asunto? Mohamed, el viudo y doliente padre, aparece en todos los telediarios de todas las cadenas exigiendo “Justicia”, y su tocayo, Mohamed VI, Rey de Marruecos, fleta de su bolsillo un avión con el propósito de que el bebé sea repatriado a tierras marroquíes. ¿He dicho “justicia”? ¿Soy yo el único que, cuando este pobre hombre dice “justicia”, lo que escucho es “venganza”? Joder, es que, si yo fuera la enfermera que cometió el desliz de alimentar al bebé por vía intravenosa, no sólo me sentiría compungida y condolida, sino que miraría con lógico recelo a cualquier morito que se me acercase demasiado. A mí y a mis hijos, si los tuviera. ¿Y Mohamed VI? A este señor habría que decirle que mande menos avioncitos a España y que se dedique más a mejorar las condiciones de vida y trabajo de su propio país, a ver si, así, sus súbditos pueden limitarse a viajar por placer o vacaciones, y no en busca de un empleo o de libertad.

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