Comida global


¿Crisis…? ¿Qué crisis…? Ese era el título de un famoso LP de Supertramp en cuya portada se veía a un flemático inglés tomando el sol en un entorno hipercontaminado y con una central nuclear al fondo. Lo mismo podría decirse de la situación actual de esta España nuestra, en la que, mientras cada día pierden su empleo miles de personas, vas de compras en fechas pre-navideñas y ni a codazos puedes abrirte paso. Este domingo, día de apertura de muchas grandes superficies por su condición de sándwich entre dos jornadas festivas, habíamos elegido para comer el Kentucky Fried Chicken sito en el complejo del Centro Comercial Thader de Murcia, pero ¿qué demonios?, las colas que nacían en su interior rivalizaban con las del McDonald’s, el Lizarrán o el Pans & Company. Ya me había pasado algo similar el fin de semana anterior, concretamente en el Dos Mares de San Javier, con la diferencia de que, entonces, pudimos comer decentemente en una mesa. Lo de anteayer en el Thader murciano fue mucho peor. El restaurante más desahogado era el Doner Kebab, pero ni en el propio establecimiento ni en su terracita exterior había una sola silla disponible. Me sentí vagabundo y trashumante cuando tuve que sentarme en un banco para poder dar cuenta de la comida. Mi hijo y yo no tuvimos mayores problemas: habíamos tenido la precaución de pedir un pita kebab, que viene a ser el equivalente turco a nuestro bocata, y, sorteando el papel Albal que lo envolvía pudimos dar buena cuenta de aquel batiburrillo de carne y verduritas. Mi hija, sin embargo, se dio con un canto en los dientes cuando destapó sus patatas fritas (lo único que se atreve a pedir en bares que no sean españoles o, como mucho, chinos) y las encontró bañadas en una salsa blancuzca cuya sola existencia la hizo llorar. ¡Y mira que le había detallado al camarero otomano que se limitara a servirme las patatas SIN NADA! Serán las malas pasadas que juega el desconocimiento del idioma ajeno… Al final la niña almorzó tres papas que habían quedado libres del malhadado aliño, un donut blanco y medio croissant. La bollería de toda la vida ganó por goleada al manjar pseudo oriental, lo cual no sé si es bueno o es malo. El caso es que, en este mundo cada vez más globalizado, un español, un norteamericano, un italiano, un albano kosovar, un boliviano y un árabe pueden elegir, en un único espacio relativamente reducido, el menú que les apetece degustar de entre más de una docena de especialidades gastronómicas prácticamente inconcebibles tan sólo veinte años atrás.

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