Ser invisible


Y entonces llegó él, con sus patillitas, con su camisetita lila… Yo estaba allí, sentado, en el mesón más lorquino de toda Lorca, mirando cómo se desintegraba el cubito que ocupaba el vaso vacío mientras estaba a punto de comenzar la segunda parte de un Bélgica–España que, si aún permanecía mínimamente vivo, era por una genialidad de un azulgrana (Iniesta) vestido de amarillo. Me alegró ver a mi amigo. De hecho, me encantó, porque es tanto más agradable encontrarte con alguien querido cuanto más tiempo hace que no lo tienes ante los ojos. Más que un amigo, un discípulo, hemos pasado tantas horas hablando de cine que ya casi intuía las películas que íbamos a comentar, e incluso las opiniones que acerca de ellas intercambiaríamos. Pero no. Le miré… me miró… alcé mi mano… sus ojos se agrandaron… y giró la cabeza… en sentido contrario. Oh, cielos, ¡qué horror!. Tal vez no me hubiera visto, tal vez alguno de sus trescientos compañeros de mesa, que casi no acababan de sentarse y ya estaban abordando al camarero, había interferido en su campo de visión. Volví a intentarlo. Fijé mis ojos gafunos (¿gafados?) en él, sostuve la mirada hasta que su testuz me apuntó, y sus pupilas pardas parecieron atravesarme, tanto que fue como si mi esencia se hubiese vuelto intangible, incorpórea, invisible. ¡Invisible! Ya podía colarme en el cine sin abonar la entrada, asegurarme de que mi hijo navega en internet a través de páginas exclusivamente infantiles y, para empezar, abandonar el bar sin consumar el pago de la consumición. Pero ¡quiá!, mi gozo en un pozo: justo entonces, el dueño del mesón pasó por mi lado y bramó: “Hola, Luis”. ¿”Hola, Luis”? ¡Podía verme! Entonces… ¿yo no era realmente invisible?. Mis breves segundos como criatura de ciencia ficción se desvanecieron tan súbitamente como habían comenzado. De repente, recordé aquello de que “No hay mayor ciego que el que no quiere ver”, y, por tanto, “No hay mayor invisibilidad que la de quien no quiere ser visto”. Mi amigo me estaba ignorando. Qué patético. Pero, pensándolo bien, ¿por qué iba a extrañarme? Sufro un caso aún más sangrante, y casi a diario. Mi ex-cuñado, carne de mi ex-carne política y sangre de mi ex-sangre conyugal, pasa todos los días por mi lado como si yo no estuviera, habla a todo bicho viviente menos a mí. ¿Sería la ignorancia ajena lo más propio en mi futuro? ¿Habrían ascendido al “Pasa de Luis” al rango de Deporte Olímpico? Ya estaba tentado de ahogar mis penas en el vaso (cosa harto difícil, tratándose de un vaso vacío) cuando Super Monty, que ya se marchaba, vino directamente hacia mí, se detuvo, me miró, y finalmente me estrechó la mano. La muchedumbre en forma de barrera humana le había impedido verme hasta ahora, afirmó. Entonces sí, hablamos, brevemente, de películas, coincidimos en algunos dictámenes críticos y discrepamos en otros. Un apretón de manos, un deseo de que todo continuase igual de bien o, mejor aún, que mejorase un poquitín y una promesa de volver a vernos pronto, en circunstancias más propicias para la charla distendida y sosegada. España derrotó a Bélgica, comí media ensalada y media fritura de pescado, sorbí todo un cortado, pagué mi cuenta y así terminó el día en que durante unos incómodos minutos soñé que me había vuelto invisible.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
jajajajajajaja....

mil besos

marisa

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