Todavía más revueltos


Se nota que la tercera temporada está tocando a su fin, porque todas las tramas de “Amar en tiempos revueltos”, el culebrón socio-romántico-político de las sobremesas de la 1 de Televisión Española, se han acelerado y precipitado como si los guionistas las hubiesen empujado por una pendiente engrasada con pieles de plátano. A pesar del modo más bien cobarde con que despacharon a Margarita, la desdichada disminuída psíquica de la que hablé en mi anterior artículo, he de reconocer que, en capítulos como los emitidos ayer y hoy, he podido ver algunas de las mejores secuencias ofrecidas en estos meses. Alguna vez he alabado el modo en que todos estos culebrones, la mayoría tan faltos de auténtica calidad en sí mismos, sí consiguen implicar emocionalmente al espectador en su diario vaivén, logrando el hecho casi imposible de que uno pueda llegar a empatizar con los personajes hasta el punto de reir, emocionarse y sufrir al unísono. Seguro que no fui el único en contener una lagrimilla cuando Juanito el Chico tuvo por fin entre sus brazos a la macizota joyera Julieta, y he de reconocer que en más de un momento de esta mañana mi pensamiento ha volado hacia ese Madrid de posguerra en el que, fiel reflejo de esta era zapateril, los “rojos” son descritos como buenos, heroicos e idealistas y los “fachas” adictos al Régimen se nos presentan como malvados, viciosos y siniestros. A partir de lo sucedido hoy, ya nada volverá a ser lo mismo, y creedme que ésto lo digo con auténtica pena. Como cualquier televidente ya sabía, el atentado perpetrado por los agentes disfrazados de productores cinematográficos ha fracasado, y del peor modo posible. El tirador tiroteado (y muerto), el pobre Juanito apresado tras dormirse en el trabajo (gajes de haberse cepillado a un icono erótico como Lola Marceli), los maquis como estrellas invitadas y Fernando enfrentándose a Carlos (el uno agraciado por el amor de Alicia, el otro obligado a conformarse con su cariño fraternal) con ventaja sólo aparente para el segundo, a quien definitivamente se le da mucho mejor vociferar a sus subalternos que disparar por la espalda a conspiradores caídos en desgracia. Recuperando el tono que ya me pareció inapropiado durante aquellas semanas en que la ingenua Margarita permaneció secuestrada, la odiosa prostituta Maribel pervierte los más bajos instintos de un indefenso Hipólito Roldán que me ha hecho recordar el recentísimo caso del austríaco Josef Fritzl, el padre que ha abusado de su hija durante 27 años, y no olvidemos la difícil tesitura en que se encuentra el modélico matrimonio formado por Sole y Juanito el Grande tras la recepción de la misiva del Padre Angel. Tensión casi insoportable y tempestuosas sensaciones a flor de piel en la recta final de esta telenovela que espero y deseo aún se prolongue en una nueva y cuarta andadura.

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