Cine: mi comentario sobre "PROMESAS DEL ESTE"


Al igual que Peter Jackson o nuestro Pedro Almodóvar, el cineasta canadiense David Cronenberg ha experimentado una deslumbrante evolución en su estilo narrativo, que le ha llevado a sustituir la tosquedad de “Rabia” o “Cromosoma 3” (sus primeros trabajos) por la estilización y casi clasicismo de “Una historia de violencia” o esta “Promesas del Este”.

Animados por el considerable éxito crítico y de público de “Una historia de violencia”, Cronenberg y el actor Viggo Mortensen vuelven a colaborar en una película bastante distinta, en la que, éso sí, la violencia adquiere en ocasiones un alto grado de protagonismo. “Promesas del Este” bascula sobre tres personajes cuyas trayectorias se entrecruzan en el marco de los ghettos rusos de Londres. Una matrona (Naomi Watts) se hace cargo de una recién nacida cuya madre, una jovencísima prostituta rusa de 14 años, no sobrevivió al parto. Tratando de localizar a algún familiar de la niña partir de un diario que llevaba consigo la madre muerta, la enfermera se ve metida en mitad del ámbito de acción de la mafia rusa, concretamente en la organización liderada por un prestigioso restaurador (Armin Müeller-Stahl), a cuyo servicio trabaja un chófer (Viggo Mortensen) que esconde más de un secreto.

Sólo se me ocurren elogios para con esta espléndida película. Naturalmente, no se trata de un film para todos los públicos (como queda patente en su primera secuencia, que culmina con un salvaje asesinato en una barbería), y podríamos decir que David Cronenberg recoge, con maestría y elegancia, el testigo de los títulos más conocidos del subgénero de gangsters y mafiosos (con Coppola y Scorsese como grandes inspiradores). Me atrevería a decir que “Promesas del Este” contiene lo mejor de “El Padrino”, “Uno de los Nuestros” y “Camino a la Perdición”, y eso es mucho, mucho decir. De “El Padrino” toma la infraestructura de la familia de apariencia respetable bajo cuya apariencia subyace un complejo entramado de negocios sucios entre los que no falta el contrabando, la prostitución y la trata de blancas, todo ello bajo la rígida dirección de un “padrino” (“Papa” en este caso) capaz de helarte la sangre con una sola mirada sutilmente amenazadora. De “Uno de los nuestros” (en realidad, de todo el cine “mafioso” de Martin Scorsese) podemos ver reflejada la excelente caracterización de estos personajes, seres que se mueven al filo de la muy delgada línea que separa el Bien del Mal y que, tras su fachada de educación y benevolencia, esconden a una auténtica bestia capaz de cometer los actos más brutales y despiadados. En cuanto a “Camino a la Perdición”, se repite (al menos, aparentemente) la temática del capo que, descontento con la incompetencia de su hijo biológico (Vincent Cassell en este caso), opta por delegar su autoridad en un aventajado discípulo con quien no le unen vínculos de sangre.

Sangre hay bastante en “Promesas del Este”, pero localizada en tres escenas excelentemente visualizadas: el asesinato en la barbería, el ajuste de cuentas en el cementerio y, sobre todo, la soberbia pelea en la sauna, con un Viggo Mortensen que lo enseña absolutamente todo (michelines incluídos) y que, al igual que sucedía en “Alatriste”, compone de forma magistral un personaje complejo, ambiguo y totalmente alejado del Aragorn de “El Señor de los Anillos”. Viéndolo, con su pelo repeinado y sus movimientos volátiles y letales, me dí cuenta de lo buen James Bond que hubiera sido este hombre. Naomi Watts también está espléndida, a pesar de que su personaje poco a poco va dejando de ser el foco de atención, y Vincent Cassell resulta muy creíble en su papel de heredero casquivano al que le viene grande la herencia familiar, pero quien se lleva la palma es un sublime Armin Müeller-Stahl cuya mirada hace prácticamente innecesarios sus diálogos.

Dura, seca, sin concesiones, sin más muestras de humor que las estrictamente necesarias (o sea, más bien ninguna) y, por supuesto, sin caer en la trampa de la fácil historia de amor entre los personajes de Viggo Mortensen y Naomi Watts, que queda reducida a un leve y ambiguo beso final, “Promesas del Este”, aúna (cosa rara en estos tiempos) un guión modélico, una dirección precisa y contundente y unas interpretaciones inolvidables. “Promesas del Este”, más que una promesa, es una realidad, un auténtico regalo.

Luis Campoy
Calificación: 9 (sobre 10)

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