Las armas las cargan los hombres


Lo primero que pienso cuando un adolescente se lía a tiros con los pobres inocentes que se cruzan a su paso es en una historia que de niño me contaba mi madre. Hallábanse una madre y su hijo en la misma habitación mientras el muchacho, joven guardia civil, limpiaba su arma reglamentaria; en un momento dado, al zagalón se le caía la pistola y ésta se disparaba accidentalmente. La madre, sufrida madre alicantina o valenciana de la posguerra, anteponía su amor materno a cualquier otra cosa y se levantaba inmediatamente, pensando que su hijo podía estar herido y exclamando: “Fill meu, t’has ferit?” (“Hijo mío, ¿te has herido?”); mas, dándose cuenta de que era ella y no el joven quien había recibido el impacto mortal de la bala perdida, murmuraba “Fill meu… m’has mort” (“Hijo mío, me has matado”) y se desplomaba exánime sobre el suelo.

Pero esto es tan sólo una anécdota que puede ni siquiera ser cierta, mientras lo sucedido anteayer en la Universidad Politécnica de Virginia, Estados Unidos, es una trágica historia real. No es la primera vez, ni tampoco será la última, salvo que cambie absoluta y radicalmente la mentalidad del país en el que se hicieron populares Buffalo Bill, Billy el Niño, Jesse James, Wyatt Earp y tantos otros famosos pistoleros, justicieros o delincuentes a los que su habilidad con el gatillo convirtió en héroes. Sólo en un país tan poderoso pero inmaduro como el norteamericano se concibe un clima social en el que una retorcida interpretación de la doctrina bíblica del “Ojo por ojo” se ha reeconvertido en un derecho inalienable a la Legítima Defensa, donde “defensa” suele significar “ataque” y “legítima” equivale a “preventiva”. O sea, más que en ninguna otra parte del universo, los yanquis aplican a rajatabla aquello de que “más vale prevenir que curar” (o, lo que es lo mismo, “la mejor defensa es un buen ataque”), y por eso están siempre dispuestos a disparar primero y a preguntar después (eso cuando preguntan). Por si fuera poco, resulta que en el país del Tío Sam existe un poderosísimo sindicato armado llamado Asociación Nacional del Rifle, una especie de secta pro-bélica (y ¿por qué no? también pre-bélica) que hasta hace bien poco presidía el anciano actor Charlton Heston, mítica estrella hollywoodiense que en sus años lozanos dio vida a héroes íntegros como Ben-Hur o Moisés y en su senectud se ha limitado a encarnar al padre chimpancé del villano de “El Planeta de los Simios” (versión Tim Burton). Individuos como Heston, cuya frase “Me arrancarán el rifle de mis manos muertas” son en parte responsables de sucesos como los acaecidos en el instituto Columbine (que fueron analizados por el realizador Michael Moore en su celebrado documental “Bowling for Columbine”, en el que entrevistaba, entre otros, al propio Charlton Heston), “ilustre” precedente de lo sucedido el lunes en Virginia. Si al natural carácter belicista, belicoso, bravucón y pseudofascista de gran parte de esos hijos de Bush sumamos una legislación extremadamente permisiva para con la posesión y uso de armas de fuego, y, encima, las vendemos hasta en el supermercado de la esquina, estamos poniendo a disposición de cualquiera los medios no para la defensa más o menos legítima sino para el ataque más injustificado y virulento, para la agresión más explosiva e indiscriminada. Permitir que revólveres, rifles de repetición o escopetas de cañones recortados estén al alcance de personas desequilibradas como el estudiante de origen asiático que se ha erigido en ejecutor de 36 compañeros y profesores es, lisa y llanamente, jugar con fuego. Y quienes se queman son siempre los que menos culpa tienen. A los que piensan que, al fin y al cabo, si no les hubiera matado con una escopeta, lo hubiera hecho con un hacha o un cuchillo de cocina, tengo que decirles que, en la mayoría de los casos, los homicidas potenciales desisten de su empeño ante la sola idea de tener que aproximarse físicamente a su víctima, cosa que, con una pistola o similar, no es ni mucho menos necesaria; también hay que considerar que es mucho más fácil desarmar al que porta un arma blanca que al que empuña una de fuego. En una sociedad tan competitiva como la estadounidense, en la que el concepto de “sueño americano” (alcanzar la gloria procediendo de la nada) se mama desde la cuna, en la que lo que prima es el hedonismo y la satisfacción inmediata, ser mentalmente débil o psíquicamente inestable no puede considerarse un hecho aislado, pero poder vengarse a tiro limpio de quienes nos parecen culpables de nuestra frustración y nuestro fracaso es un privilegio que simplemente no se debería poder disfrutar. Las armas no las carga el diablo, sino los hombres, hombres, en la mayoría de los casos, demasiado predispuestos a utilizarlas.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
SOLO HAY QUE VERLO EN EL VIDEO...LA CARA DE "LOCO" QUE TIENE EL MUÑECO.

POR ESO, ME CUESTA PENSAR QUE NADIE PUEDIESE HACER NADA ANTES, PARA REMEDIARLO.

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