Cine: mi comentario sobre "300"


“Espartanos… esta noche cenamos en el Infierno”. Con esta sencilla frase, escueta pero brutal, llena de valor y de estoicismo, podría definirse el espíritu de “300”, la película de moda, el film que está rompiendo taquillas allá donde se estrena.

Nos hallamos en el año 480 antes de Cristo. Todo el mundo conocido está siendo sometido por el todopoderoso emperador de Persia Jerjes I. ¿Todo…? ¡No! En el seno de la pacífica Grecia, un paraíso de las artes, la política y la cultura en general, existe un pueblo habitado por guerreros cuyo único destino en la vida es ser válidos para el combate, aptos para la guerra, sanos, fuertes y con un valor a prueba de cualquier amenaza. Los espartanos NO podían ser débiles, enfermizos o cobardes, porque ya desde muy niños eran sometidos a brutales pruebas a las que sólo sobrevivían aquéllos que fuesen realmente dignos de ostentar orgullosos el nombre de su patria. Ante el demoledor avance de Jerjes, auténtica apisonadora de naciones y culturas, sólo el rey de Esparta, Leónidas, se atrevió a hacer frente a un ejército abrumadoramente superior, al que contuvo durante largos días en un angosto desfiladero conocido como Las Termópilas (en griego, las “puertas calientes”, apelativo debido a los manantiales de aguas termales que por él discurrían). Ante el poderío militar persa, cuyos efectivos superaban los cientos de miles de hombres, Leónidas opuso únicamente a lo más granado de sus guerreros, su guardia personal, los mejores de entre sus hoplitas (soldados de infantería pesada): los 300.

¿Heroísmo o suicidio? ¿Sacrificio o estupidez? Durante más de dos mil años, la Batalla de las Termópilas ha sido objeto de estudio y aun de mitificación entre los amantes de lo antiguo, aquellos que, como un servidor, a pesar de no haber recibido una educación espartana, sí tuvimos la suerte de educarnos en un sistema en el que era obligatorio conocer, al menos superficialmente, la civilización, la cultura e incluso el idioma que nos legaron los griegos y los romanos. Otro que debió educarse de forma parecida fue el autor de comics Frank Miller, que en 1998 publicó su versión de la gesta inmortal de Leónidas y los suyos, con el escueto título de “300”. Ganadora de los principales premios Eisner (equivalentes al Oscar en el mundillo tebeístico), la novela gráfica de Miller narraba más o menos fielmente los hechos que acabamos de exponer, pero lo hacía con una “caligrafía” tan cinematográfica, con una visualización tan épica y tan dramática, que sus viñetas parecían auténticos “storyboards” (dibujos en los que los directores de cine reflejan previamente los planos que luego van a rodar), por lo que estaba más o menos cantado que “300” tendría a no mucho tardar su correspondiente versión en celuloide.

Nueve años después de la publicación del comic, “300”, la película, es una realidad. Una realidad de proporciones épicas, que está obteniendo un éxito indiscutible. Pero ¿cuáles son las razones reales de este triunfo? Si miramos el reparto del film, veremos que entre sus actores no hay una sola megaestrella del firmamento hollywoodiense. Tampoco el director es demasiado conocido, y, de hecho, ésta es tan sólo su segunda película (“Amanecer de los muertos” fue la primera). La clave, pues, habría que buscarla en el origen mismo del evento, un tebeo que excede ampliamente el concepto peyorativo que en ciertos ambientes se tiene de las obras construídas en base a dibujos y “bocadillos” (los “globos” en los que se leen los diálogos o pensamientos de los personajes). “Noveno arte” se ha dado en llamar al comic; noveno, puede ser, pero ARTE al fin y al cabo, con mayúsculas. Respetando de un modo reverencial todas y cada una de las viñetas dibujadas por Frank Miller (en realidad, tal y como apuntaba en el párrafo anterior, las viñetas han servido como storyboards para la composición de los planos del film, algo que ya sucedió con la adaptación de “Sin City”, también obra de Miller, que llevó a cabo Robert Rodriguez), el realizador casi novato Zack Snyder construye una epopeya que en más de un momento adquiere tintes casi de obra maestra, merced a una combinación infalible de elementos tan determinantes como la narración literaria, la interpretación de los actores, la fotografía y la banda sonora, todas ellas sobresalientes.

Los verdaderos enemigos de Leónidas y sus 300 hoplitas no son el emperador Jerjes y sus cientos de miles de soldados persas, sino las evidentes y casi insultantes deudas que “300”-película contrae no con el comic del que bebe su esencia existencial, sino con tres o cuatro films anteriores cuya estética cinematográfica copia descaradamente. “Gladiator”, de Ridley Scott, es el referente número uno. La textura de la fotografía diseñada por Larry Fong, que trata de reproducir la tonalidad de la historieta original, no pierde la ocasión de plagiar los tonos ocres y la luminosidad “quemada” que constituyó una de las principales aportaciones estéticas de “Gladiator”. Pero no sólo éso: no una, sino cuatro o cinco veces aparecen los mismos campos de trigo con los que soñaba el gladiador Russell Crowe, mientras de fondo suena una música susurrada por una voz femenina que mimetiza los gorgoritos de Lisa Gerrard en la banda sonora del film de Scott; demasiadas coincidencias, ¿no?. Por si fuera poco, la forma de visualizar las batallas, narradas con una “originalísima” mezcla de ralentís y aceleraciones, está también calcada de “Gladiator”, que, a su vez, se había tomado la libertad de inspirarse en los (en su momento) innovadores efectos especiales de “Matrix”. Asimismo, el plano en que se muestran los cientos de navíos persas que se aproximan remite indefectiblemente a una imagen similar de “Troya”, la caracterización de los soldados espartanos es tan parecida a la de los macedonios de “Alejandro Magno” que algunos de sus actores parecen hermanos gemelos y, por último, el fantasma de la espléndida batalla de los Campos de Pelennor de “El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey” está presente en los combates más espectaculares de “300”.

A pesar de que lo que acabo de exponer en el último párrafo no deja de ser cierto, la verdad es que yo, que había leído con fervor y admiración el comic de Frank Miller, disfruté de “300”, la película, tanto como hacía tiempo que no disfrutaba en una sala de cine. Sí, la violencia que destilan sus imágenes es salvaje y brutal (decapitaciones, mutilaciones, empalamientos, etc.), pero no olvidemos que se trata de un tebeo llevado al cine, y en ese territorio que es al mismo tiempo papel y celuloide me parecen permisibles determinados actos violentos que me chocaron en “Apocalypto”, de Mel Gibson, que se suponía estaba narrada de un modo más realista. También llega a hacerse un poco cansino el premeditado look de absolutamente todo el film, donde todos los colores están atenuados con el fin de que tan sólo destaquen los tonos rojos de las capas de los espartanos, y los fondos cantan de lo lindo a artesanía digital (los actores rodaban sus escenas frente a pantallas azules que luego serían “decoradas” por los magos de la informática)… pero basta con que uno acepte que lo que ve no pretende ser real, sino una especie de fábula mitológica, para que la película cobre una nueva dimensión. Originales o plagiadas, las secuencias de batalla y combate y cuerpo a cuerpo están maravillosamente coreografiadas; los desconocidos actores hacen de la discreción un valor insuperable y el protagonista, Gerard Butler (“El Fantasma de la Opera”) concibe un Leónidas tan fascinante en su valentía, su socarronería y su incuestionable carisma que no sólo deberá convertirse en auténtica estrella a partir de este momento, sino que casi dan ganas de morir luchando junto a él. Me ha encantado “300”, y, en cuanto salga editada en DVD, pienso comprármela para verla… trescientas veces (más o menos).


Luis Campoy
Calificación: 9 (sobre 10)


Nota: la versión original de este artículo la he redactado para mis amigos del fanzine "Club 9" editado por la librería "NOSOLOCOMIX" de Lorca.

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