Vivir o morir

Estos días se está hablando mucho acerca del caso de una mujer llamada Madeleine, afectada de esclerosis múltiple progresiva y que finalmente ha optado por el suicidio, temerosa de que su calidad de vida, ya de por sí bajo mínimos, pudiese empeorar todavía más con el transcurso de los meses y el inevitable recrudecimiento de la enfermedad. Dicen que esta señora fue, muchísimos años atrás, la inspiradora de una canción del cantautor francés George Brassens, que precisamente se llama “Madeleine”, y que ella misma, más o menos en la misma época, tuvo al también cantante Jacques Brel entre su círculo de amigos. El caso de Madeleine, como anteriormente el de Ramón Sampedro (que Alejandro Amenábar llevó al cine en su film “Mar adentro”, con Javier Bardem de protagonista) es sólo un ejemplo más de una dialéctica más o menos eterna acerca de los límites del derecho a la propia autodeterminación. Es decir, uno (o una) tiene derecho a elegir una profesión, una orientación sexual, una pareja, el nombre de sus hijos, una ideología política, de qué color pintar las paredes de la casa, incluso si, una vez muerto, ha de ser enterrado o incinerado… pero desde ciertos sectores o ambientes está mal visto que se tenga derecho a decidir cuándo y cómo morir. Históricamente, es sabido que la Iglesia católica niega el suelo sagrado del cementerio a los suicidas, que habían (o han) de ser sepultados bajo una tierra no consagrada.

Yo pienso que la Vida no es una imposición, sino un privilegio; no una obligación, sino un derecho. Y, como todos los derechos, se ha de contar con toda la libertad del mundo a la hora de ejercerlo o no. ¿Por qué vivimos? ¿Para qué vivimos? Ante estas dos preguntas se han dado miles o millones de respuestas, y la mayoría de ellas nacen del conformismo: “…hay que seguir adelante”, “…ya que estamos en este mundo…”, “…la vida es así”, etc. etc. etc. Yo milito en el bando de los que piensan que sólo merece la pena vivir para tratar de sentirse vivo, para tratar de ser feliz, y hacia este fin último hay que encaminar el rumbo de la existencia. Pero, claro, hay opiniones, posturas y actitudes aptas para todos los públicos. Los hay generosos (los que viven por o para los demás), los hay materialistas (los que viven para amasar riqueza o posesiones) y los hay, también, optimistas (los que viven hoy alentados por la esperanza de que mañana vivirán mejor), pero la mayoría son simplemente conformistas: viven porque sí, porque hay que vivir, porque no les queda otro remedio. Pero se equivocan. Siempre hay remedio. Sólo que a veces aplicarlo exige una tremenda fuerza de voluntad, un valor a prueba de miedo, de desprecio y de desaprobación.

Algunos habréis pensado alguna vez en el suicidio; la mayoría, quizás no. Parece institucionalizada la idea de que sólo los cobardes se suicidan, de que la muerte es la salida más fácil para no tener que resolver los problemas que estar vivo conlleva. Pero ¿y si vivir o morir no fuesen sino simples opciones, meras posibilidades? ¿Y si se admitiese la idea de que lo único que uno posée realmente es su propia vida y que con ella puede hacer lo que quiera… incluso terminarla? Lo que ha hecho Madeleine me parece un valiente y coherente ejercicio de libertad. “Si mi vida es un infierno, si mi vida no es sino una amargura que contagia a las vidas de quienes me quieren, ¿para qué quiero vivirla?”. No obstante, no sería difícil contrarrestar este caso con el del célebre científico Stephen Hawking, también víctima de la esclerosis y que, sin embargo, aun a pesar de su evidente e imparable deterioro, ha elegido la opción de la vida. Me parece, también, muy digno y muy valiente. Yo apruebo las dos posturas, pero no las aprobaría si, por ejemplo, el suicidio de Madeleine se hubiese producido mediante la explosión de un artefacto que, colateralmente, hubiera privado de la vida a uno o varios inocentes, o si la supervivencia de Hawking exigiera (por poner un ejemplo) el sacrificio de una o varias personas a las que habría que extirpar sus células madre (o su médula espinal, o su sangre) con el único fin de mantener vivo al investigador. La decisión última acerca de la propia vida o la propia muerte ha de ser fruto de un ejercicio de libertad… pero también de responsabilidad.

En cuanto a la presencia de varios activistas de una organización pro defensa de la vida digna, o de la muerte digna, o de ambas cosas (que, en el fondo, son la misma cosa, ¿no?) que acompañaron a Madeleine en sus últimas horas, no creo que su protagonismo en la historia fuese tan relevante como el que tuvo Ramona Barreiro, aquella amiga de Ramón Sampedro que hace poco ha admitido que le ayudó a cumplir su mayor deseo. En todo caso, pienso (y admito que puedo estar equivocado) que estar presente mientras una persona culmina su decisión de quitarse la vida tiene más de acto de caridad que de complicidad o incitación para el asesinato.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¡GENIAL ARTICULO!...ESTOY TOTALMENTE DE ACUERDO.

RECUERDO QUE CON 14 AÑOS MAS O MENOS NOS HICIERON ELEGIR UN TEMA PARA UN REPORTAJE DE PRENSA EN EL COLEGIO Y ELEGI LIBREMENTE,(FIJATE EN AQUEL ENTONCES) EL TEMA SOBRE EL DERECHO A MORIR DIGNAMENTE, ES DECIR LA EUTANASIA.

YA, EL REPORTAJE SALIO AVANZADO EN SU TIEMPO, Y HAN PASADO CASI TREINTA AÑOS Y NO SE HA MODIFICADO NI UN ÁPICE DE LA SITUACION DE ENTONCES...

NUESTRA SOCIEDAD AVANZA...PERO NO, EN LO QUE A CIERTOS SECTORES NO LES INTERESA.

Y ESTO ES UN INTERES DE TODO EN GENERAL Y UN DERECHO DE LA PROPIA VIDA EN PARTICULAR, VIDA DE LA CUAL NADIE ES PARTICIPE SINO UNO MISMO.

CHAPEAU POR TU ARTICULO MAESTRO!

COMO SIEMPRE,
LAS GRACIAS Y UN BESO.

MARISA
Anónimo ha dicho que…
Pues yo pienso que estás haciendo una especie de apología del suicidio, y con eso sí que no estoy de acuerdo. la muerte es la última salida, cuando todas las demás no se abren.
Anónimo ha dicho que…
ES VERDAD...ES MUCHO MAS BONITO MORIR LENTAMENTE Y AGONIZANDO, HASTA DAR EL ULTIMO SUSPIRO.

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