Cuando sufragar puede ser casi como suicidarse

Ya os he contado alguna vez que mi pareja es de nacionalidad ecuatoriana… mal que les pese a quienes piensan que todas las mujeres de ese país latinoamericano han aterrizado en España con el único propósito de dejarse seducir por un español crédulo y confiado del cual se quedarán convenientemente embarazadas, y al que, una vez regularizada su situación merced a su “inesperada” maternidad, engañarán con otro u otros para finalmente desposeerle de todos sus bienes.

En fin, el caso es que, como muchos habréis oído en diferentes medios de comunicación, ayer domingo se celebraron las elecciones presidenciales de Ecuador, y miles y miles de ecuatorianos residentes en España tuvieron no sólo el ferviente deseo… sino la acuciante necesidad de “sufragar” (palabro con el que ellos denominan, muy floridamente, al hecho de votar). Y digo lo de “necesidad” porque para ellos no ejercer su derecho al voto (perdón, sufragio) podía tener consecuencias bastante desagradables: una multa económica (se rumoreó que de 300 euros… aunque ahora el señor Cónsul dice que tan sólo es de 8) y, sobre todo, una serie de impedimentos burocráticos a la hora de tramitar pasaportes y visados para viajar de regreso a su país. O sea, las autoridades (supuestamente) responsables y competentes sabían perfectamente que la afluencia de inmigrantes iba a ser numerosísima… y aun así se les ocurrió la brillante idea de congregar a todos los ecuatorianos residentes en las provincias de Murcia, Almería y Alicante en un solo lugar de votación, uno solo, y únicamente hasta las cinco de la tarde.

Tratando de evitar los inevitables problemas que podíamos tener que afrontar, mi pareja y yo decidimos madrugar ese domingo muchísimo más que los otros días de la semana, y a las cinco de la mañana ya estábamos en pie, arribando a las proximidades del improvisado colegio electoral (el antiguo recinto de la FICA, en una zona de Murcia en permanente proceso de expansión y mejora de infraestructuras) alrededor de las siete. Pero de nada nos sirvió haber corrido tanto: al parecer, las primeras colas (sí, colas, en plural) se empezaron a formar a las 2 de la madrugada, y a las siete ya existía tal aglomeración humana que no pasó mucho tiempo hasta que se olvidaron todas las leyes de educación y urbanidad, y aquellos que iban llegando, ya con un caluroso sol refulgiendo en el firmamento, pasaban olímpicamente de ponerse en fila india y se colocaban directamente en cabeza de carrera, con la consiguiente protesta de sus indignados compatriotas, quienes, por otra parte, poco más podían hacer además de expresar ruidosamente su queja. Así comenzaron las primeras reyertas, que la policía española no supo atajar a tiempo.

Casi sin darnos cuenta, ya no estábamos en una fila integrada por ciudadanos civilizados deseosos de cumplir con su derecho y deber, sino en una marea humana de proporciones escalofriantes en la que una persona es tan sólo una ola insignificante que se siente horriblemente zarandeada… pisoteada… humillada. Como he dicho antes, a alguien se le ocurrió que treinta mil personas tuvieran que acudir a un mismo sitio un mismo día y durante muchas menos horas de las que hubieran sido necesarias. Sin embargo, nadie puso los medios para evitar lo que sucedió. Sí, había policías (tal vez uno por cada dos mil votantes) y también pudieron verse algunas ambulancias… pero a mi alrededor se desmayaron dos mujeres y era materialmente imposible que pudieran recibir ayuda médica inmediata, porque ni ellas podían llegar hasta los sanitarios ni éstos abrirse camino hasta llegar hacia ellas.

No sé si alguno de vosotros os habréis visto inmersos en una situación como la que os describo, pero creedme que no es nada agradable. No sólo te ves reducido a un guiñapo, una especie de despojo humano al que otros estrujan y zarandean, sino que la presión física que se va estrechando a tu alrededor acaba por hacerte temer por tu seguridad y por la de aquellos seres queridos que te acompañan. El calor empezaba a resultar asfixiante, los desmayos y lipotimias se sucedían sin cesar (treinta personas tuvieron que ser ingresadas en diversos hospitales de Murcia) y uno no podía dejar de empezar a tener miedo. Miedo de ser literalmente aplastado, contra las personas que en vano trataban de resistirse a la salvaje presión, o contra los enormes troncos de las palmeras que adornaban el recinto.

¿Quién fue el responsable último de tamaño desaguisado? No es fácil imputar todas las responsabilidades, porque, si bien es cierto que las medidas de seguridad (las vallas de protección no fueron instaladas hasta que saltaron las primeras alarmas y los agentes destinados tenían haber sido infinitamente más numerosos) fueron escasas y (¿por qué no decirlo?) tercermundistas, también es verdad que yo, por ejemplo, no empujé a nadie por mucha prisa que tenía en escapar de aquel infierno, y, sin embargo, yo sí fui empujado por gente con muchos menos escrúpulos y mucha menos paciencia y educación. Pero no nos equivoquemos como quienes reflejan en un determinado colectivo de inmigrantes una serie de prejuicios que deberían avergonzarse de exteriorizar: la inmensa mayoría de los ecuatorianos son personas excelentes, tanto o más nobles, pacientes y educadas que nosotros los españoles, y pretender acusarles de incivilizados o violentos sería un error que yo, por supuesto, no voy a cometer.

Era casi la una del mediodía cuando por fin pudimos abandonar el recinto electoral (miles y miles de ecuatorianos fueron bastante menos afortunados que nosotros, ya que al cerrarse las urnas a las cinco de la tarde todavía no habían podido llegar hasta ellas), y puede decirse que salimos casi bien parados, pues sólo sufrimos algunos moratones en los brazos, algunas contusiones en las costillas, la pérdida de un periódico y el desgarro de una camisa, pero no en todo momento fui optimista respecto a la resolución de aquel despropósito. Como he dicho antes, al menos dos mujeres se desmayaron cerca de donde yo estaba, y algunas otras sufrieron humillaciones de otra índole cuando, al igual que otros compatriotas, trataron de trepar por la reja que teóricamente debía impedir su acceso, y en el intento, sus faldas se levantaron y quedaron al descubierto algunas de sus vergüenzas.

Pero a quien debería darle vergüenza el bochornoso espectáculo que bordeó la tragedia irreparable es a quienes fueron culpables de tamaña desorganización, desde el mismísimo cónsul de Ecuador, Patricio Garcés, hasta los burócratas al frente del Ayuntamiento de Murcia, la Delegación del Gobierno, la Policía Nacional, la Policía Local e incluso la Cruz Roja, pues todos ellos hicieron muchísimo menos de lo que lógica, logística y humanamente deberían haber hecho.

Por cierto, por si a alguien le interesa, os diré que, una vez escrutados los primeros resultados electorales, parece que hay un empate técnico entre dos candidatos a presidente, el millonario derechista Alvaro Noboa y su máximo rival, un Rafael Correa con el que Ecuador podría integrarse en el mismo circo en el que militan el venezolano Hugo Chávez, el boliviano Evo Morales o el cubano Fidel Castro, con quienes parece tener lazos de amistad, sobre todo con el primero de ellos. En otras palabras, para que se produzca el desempate, habrá una segunda vuelta, posiblemente el próximo domingo veintiséis de noviembre, fecha que ya estoy empezando a temer… pero que es lo bastante tardía como para que alguien dispuesto a aprender de sus propios errores tenga la obligada voluntad de de corregirlos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Muchas gracias por no generalizar respecto a la actitud y educación de todos los ecuatorianos, únicamente quiero hacer una aclaración, el actual Presidente no es Alvaro Noboa, es simplemente otro candidato que por su porcentaje de votación es uno de los dos que pasará a la segunda vuelta para definir quien será el nuevo Presidente.
El Presidente actual del Ecuador es el Dr. Alfredo Palacio.
Anónimo ha dicho que…
Gracias, amigo o amiga, rápidamente corrijo el error en el artículo. Un abrazo.
Anónimo ha dicho que…
¡¡¡¡¡QUEFUERTE!!!!!....Espero que alguien se le caiga la cara de verguenza y sino es que no estamos tan organizados como pensamos con nuestros mandatarios y nuestras autoridades...sin mas comentarios, lo has dicho tú todo, (Quien mejor que alguien que lo ha sufrido en carne propia.

Un beso

MARISA
mila ha dicho que…
vi el follón por la tele. increíble.
Yo sólo conozco un ecuatoriano: medía 1'90 y es surfero, así que los tópicos me la traen al pairo.
Ya conocía tu blog, amigo, lo visito de vez en cuando.
saluditos

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