Desangrado


Durante muchos años he estado (mal)acostumbrado a disfrutar de la Sanidad privada en todas sus facetas, y sin necesidad de contratar uno de esos seguros sanitarios que hoy tanto se han extendido. Sin embargo, a raíz tanto de ciertos cambios operados en mi empresa como de mi traslado a otra localidad, de un tiempo a esta parte todo ha cambiado y mi médico pasa consulta, como el de la mayoría de la gente, en el Ambulatorio o Centro de Salud del pueblo en el que vivo.

El hecho de no disfrutar de los susodichos privilegios me ha hecho tomar conciencia de un aspecto de la realidad que tenía equívocamente superado, como es el contacto directo con la enfermedad, con la humildad de quienes no pueden costearse una compañía aseguradora privada.

Eran poco más de las ocho de la mañana cuando llegaba a mi Centro de Salud. Las calles a mi paso estaban todavía casi desiertas, pero la sala de espera bullía inquieta. Al cabo de un nada aséptico instante, una enfermera coloniza una mesa vacía con toda una parafernalia de impresos y tubos de ensayo todavía vacíos. Recordándome mis tiempos de Instituto, comienza a pasar lista, y, uno a uno, van desfilando ante mí una larguísima pléyade de mujeres, de toda edad y estado civil, y tan sólo un par de despistados caballeros. Algunas “marujas” (disculpad esta expresión que no quiere ser irrespetuosa: se trata nada menos que del nombre de mi madre) cotillean demasiado estentóreamente y la enfermera les llama la atención.

Provisto finalmente de mi sediento tubito, ocupo el último lugar de la cola, nada ansioso por subirme la manga de la camisa. Cuando lo hago, una ATS morena y madura se abalanza sobre mí y en torno a mi brazo izquierdo aprieta una tira de goma elástica que no consigue que mis venas se resalten. “Si quieres, probamos el otro brazo”, le digo, conciliador. “No se preocupe, se la encuentro enseguida”, me contesta, refiriéndose, creo, a la vena. Dicho y hecho, tras una breve búsqueda, algodón alcoholizado en ristre, una aguja me penetra y un rojo torrente de sangre rica en triglicéridos mana en dirección a la jeringuilla. “Colóquese el algodón y presione bien” es la despedida de la nívea vampira, y yo, sumiso y obediente, le hago caso, logrando contener a duras penas un ligero mareo que me inspira la visión del ensangrentado algodoncito.

El sol de la mañana alhameña me saluda al salir del Ambulatorio, y deambulo por una larga calle con dirección al garaje donde me espera mi coche. Por el camino, en una maloliente papelera, deposito el trocito de algodón que se ha emborrachado con las últimas gotitas que mi sangre desechó. Y ahora, a esperar el resultado: ¿serán triglicéridos… o nitroglicerina?

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Perdona...no se si estas malito, mi mas ferviente deseo de(que te mejores) pero me ha hecho mucha gracias este articulo. Me he tenido que reir.jajaja

...y encima con lo sufridos que sois los hombres.
Yo también me he reído un poquito, así que espero que no estés enfermito...
maite ha dicho que…
Es este un post con chispa, muy bien Luis!!!!!!!.
Bienvenido al mundo de la sanidad pública. Yo curro en la pública, aunque tengo una mutua privada, pero te aseguro que la calidad de la pública no es menor que la de la de pago, los médicos son los mismos y el personal tambíén, la única ventaja de la privada es que no hay esperas.
Y la ventaja de la pública (para los que allí trabajamos) es que los sueldos son mejores.
maite
Anónimo ha dicho que…
Yo lo paso realmente mal con los análisis. Es curioso que la idea de una inyección o una vacuna no me causan ninguna intranquilidad, pero es pensar en que me extraigan la sangre y me pongo blanca por momentos.
En serio, a mis 25 años aún agradezco que mi madre o mi novio me acompañen en el trance jejeje.

¡Suerte con los resultados!
Montse ha dicho que…
argggggggggggg... mañana voy yo (a la privada) pero voy...
Muy bueno, el post (y real como la vida misma)

Besos

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